Bruselas se ha fijado una estrategia para conseguir un cargador universal para aparatos electrónicos portátiles. El proyecto fue presentado la semana pasada por el comisario europeo de mercado interior, Thierry Breton. La propuesta, que la Comisión está dispuesta a imponer por norma legal, tiene sentido. Como comentó el Sr. Breton, se trata de “un paso importante para aumentar la comodidad y reducir el desperdicio”. La política de la UE en este terreno viene de atrás. En  2009 se consiguió un primer resultado importante al reducirse el número de cargadores de 30 a sólo 3, por acuerdo entre los fabricantes: USB 2.0 Micro B, USB-C y Lightning, este último exclusivo de Apple.   

El avance fue importante, pero el acuerdo espiró en 2014 y no se registran avances desde entonces. Aunque el problema se ha reducido mucho, un cargador común para teléfonos móviles, cámaras digitales, tabletas, auriculares y videoconsolas evitaría que tuviéramos que acumular y llevar de viaje varios cables y enchufes y que nos viéramos obligados a adquirir más si compramos un nuevo aparato. Además de evitarse incomodidades y sobrecostes, el cargador universal evitaría 11.000 toneladas anuales de material eléctrico desechado. En el 2019 el planeta acumuló 57 millones de toneladas más de residuos de este tipo.

La intención de Bruselas choca con la oposición del fabricante Apple, una especie de China de la electrónica. Como el gigante asiático busca expandir sus fronteras, mientras evita que su hardware sea compatible con otros. Ambos controlan totalmente lo que pasa dentro de la parte de mercado o del planeta que ocupan. Esta nueva escaramuza me sirve para recordar la necesidad de ir reduciendo las fronteras que nos separan (países, género, orígenes étnicos, sistemas técnicos incompatibles…) en este planeta sobrecargado de ellas y de residuos de todo tipo, incluidas ideas del pasado que atenazaran y dividen.

A China y a Apple les va bien. Ambas presumen de independencia, no necesitan compartir nada, ya se encargan de uniformizar todo lo que pueden su interior, lo de fuera es una amenaza contra la perfección de que presumen, sea la antigua democracia de Hong Kong o el cargador universal. Nuestra Unión Europea es el mejor ejemplo de que disponemos, hasta ahora, de las mejoras que se logran actuando de forma coordinada por encima de límites territoriales. Una base que empuja a intentar borrar otros tipos de fronteras, que tienen mucho de artificiales y arrastran incomodidad y contaminación.

Pero el jefe de Apple, Tim Cook, no es Xi Jinping y tiene motivos importantes para preocuparse, además del cargador universal. Opera en países que, aunque no siempre de forma ágil, tienen procedimientos para combatir las prácticas restrictivas de la competencia. Especialmente por las acusaciones contra la actividad monopolística que ejerce en su Apple Store, como la de obligar a pagar con su propio sistema. El tema ya se ha tocado aquí al pasado día 16, por una sentencia en California obligándoles a admitir otras formas de pago. Corea del Sur acaba de legislar en ese sentido, incluyendo también una tienda similar de Google. La UE e incluso el dividido Congreso de los EEUU preparan legislación en la misma línea. La propia empresa de la manzana ha admitido, para evitar una sanción de la Comisión de Comercio Justo de Japón, que permitirá el uso de otros medios para adquirir contenidos digitales (libros, música…) con sus aplicaciones. Por último, una jueza de California, de apellido González, les recordaba hace unos días, a pesar de absolverles por falta de pruebas, que las prácticas de su Apple Store tenían tufo monopolístico sólo con ver los elevados márgenes con que opera, un 75% según algún testigo.

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