Steve Jobs consiguió, basándose en el extraordinario diseño y alta funcionalidad de sus productos, que su empresa fuera capaz de vender software y hardware de aparatos informáticos muy demandados, especialmente el PC, la Tablet y el móvil. Su último lanzamiento, el iPhone 13, es un éxito, superando en ventas al gigante chino Huawei, tocado por las sanciones de los EEUU (donde reside Apple), y también a Samsung, líder mundial en smartphones. Parece que Apple se hará con más del 23 % de las ventas de móviles en el cuarto trimestre del 2021 y seguirá aumentando su cuota de mercado, situada en torno al 16%. Las bolsas conocen la importancia de lo que llevamos en bolsos y bolsillos, más penetración les dará muchos beneficios.

Aquella genialidad, seguida con eficacia por Tim Cook desde el fallecimiento del fundador en 2011, marca la línea de la casa: vendemos todo lo que el usuario necesita. Apple intenta que sus clientes utilicen los servicios más habituales a través de sus propios canales y dispositivos. A esto le ayuda el control de todo lo que llevan dentro, que le permite poner obstáculos a la instalación de otros proveedores. No siempre lo consigue en el grado que desea y ya ha tenido algún encontronazo con autoridades de competencia por propasarse.

Su valor aumenta porque, además de vender muchos terminales, es capaz de promover que cada vez más gente entre en su buscador, su tienda de software, su oferta de películas o música… Sus fieles usuarios tienen poca tendencia a moverse porque están acostumbrados a la forma en que operan los terminales de Apple, que además los hace muy bien, y muchos le compran la idea de que, al estar todos los elementos en una sola mano dotada de gran competencia técnica, se garantiza mejor la seguridad que en sistemas abiertos. Están encerrados, pero en su mundo hay de todo y se sienten seguros.

Tengo especial interés por el correcto funcionamiento de las normas de competencia ya que constituyen uno de los sistemas imprescindibles para que no se acumule poder en pocas manos, la preocupación básica de mi ensayo. La situación de Apple, como la del planeta Zuc-ker-berg que he tratado varias veces, es peligrosa porque actúa como un monopolista en un trozo creciente de un mercado gigantesco.

Su posición admite prácticas agresivas propias de los que tienen excesivo dominio sobre la competencia. Si lo necesita, podría perder algo de margen en la venta de móviles, ganar cuota y subvencionar el menor ingreso con los beneficios adicionales que le proporcionan la venta de una cartera de productos en expansión. Es lo mismo que hace Facebook, compra competidores a precios altos porque sólo le interesa, para maximizar resultados, es la cuota de mercado.

Defiendo que se prohíba que una red social pueda comprar otras, también que la misma empresa produzca simultáneamente hardware y software de uso general combinados de forma indivisible. Como no deberían existir supermercados en que todos los productos sean marcas blancas controladas por el distribuidor. Son prácticas con vocación de monopolio. Prefiero los  sistemas abiertos, por eso no compro aparatos de Apple, como tampoco compraba, hace 40 años, los reproductores de video de Sony que utilizaban un sistema exclusivo suyo, de mayor calidad según el fabricante. Los smartphones son mucho más importantes de lo que fueron antes los aparatos de video. Su capacidad tecnológica no es la razón principal de la extraordinaria valoración que ha logrado Apple sino la dimensión de su monopolio. Los analistas lo saben, no es difícil de calcular.

Es probable que muchos de mis lectores sean usuarios de la marca mejor valorada por los inversores o los Reyes Magos les hayan traído uno de sus aparatos, a juzgar por las colas de la foto que tomé ayer delante de uno de sus distribuidores. Tengan cuidado de no engancharse en exceso, Apple quiere saber mucho de cada uno, sus clientes son limones sobre un exprimidor.

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