Alemania del Este: la huella de 55 años de dictadura

Se prevé un ascenso del partido ultra, AfD, en las elecciones regionales que se celebrarán la semana próxima en dos estados de la parte este de Alemania. Una tendencia política que se va extendiendo por muchos lugares y defiende que volvamos a tiempos más oscuros. Esa amenaza es una de las principales razones por las que he escrito “La Libertad en el Siglo XXI”.

La globalización y la enorme cantidad de población que habita el planeta y que tiende a moverse de un sitio para otro son fenómenos que ponen nerviosa a mucha gente. Caldo de cultivo para los que agitan viejos remedios que, según ellos, lo curan todo. Pero la epidemia es nueva y esas pócimas sólo ayudarán a empeorar la salud de Europa.

Resultan curiosas algunas proclamas de los neofascistas alemanes que sus seguidores aplauden con fervor. Es habitual que se manifiesten contra los refugiados y las mezquitas, resulta más novedoso que lo hagan contra la activista sueca Greta Thumberg, de raza aria y 16 años, que encabeza luchas ecologistas. Los asistentes a los mítines del AfD gritan a favor de comer carne de cerdo, una parte importante de la cultura alemana, que al parecer está en peligro por una especie de alianza entre islamistas y animalistas. También jalean los viajes en avión, supongo que para poder seguir viniendo a Mallorca o a Tenerife ocurra lo que ocurra con el calentamiento global.

Sospechan que hay una secreta alianza “verde” (el color del islam y de los ecologistas) contra los valores eternos de la civilización  occidental. La política hace extraños compañeros de cama, ya lo decía Pío Cabanillas, hábil político del tardo franquismo. Aun así, creo que se han pasado de la raya ¡Lo que puede alumbrar la fantasía enferma de paranoicos organizados!

Cambiar es siempre difícil, exige esfuerzo y estamos rodeados de perezosos. El mundo actual sacude los fundamentos de la estabilidad social, especialmente en lugares que han vivido en dictadura más de la mitad de los últimos cien años. Quieren que nada cambie, que alguien vele por ellos, los proteja y les diga lo que tienen que hacer. Y que, de vez en cuando, los reúnan para bonitos actos de masas con discursos, desfiles y banderas. Donde aclaman a los líderes, a la fuerza militar  y  a la patria. Donde se sienten seguros y protegidos, como parte de una unidad nacional, basada en la raza y la cultura ancestrales.

Los alemanes de Sajonia o de Brandeburgo a los que les gusta este tratamiento de choque para los trastornos que acarrean las sociedades abiertas, son mayoritariamente de edad avanzada y poca cultura. Se han pasado una gran parte de su vida en una dictadura comunista (continuación de otra nazi) en la que todo estaba previsto por el aparato. A los únicos negros que veían entonces, si veían alguno, eran cubanos que hacía allí algún curso. No han sabido adaptarse a la democracia, su renta per cápita sigue siendo significativamente más baja que la de los alemanes occidentales y le echan la culpa de todo a las elites políticas de los partidos tradicionales.

Los fascistas están de vuelta, quieren quedarse y complicarnos la vida. También aquí, en España, algunos empiezan a reivindicar cosas de otros tiempos, aunque nuestra dictadura duró 16 años menos que las dos dosis consecutivas que tuvieron los alemanes del este, fue menos cerrada que el modelo comunista y terminó una docena de años antes de que ellos derribaran el muro de Berlín. Pero también constituye una referencia para fascistas vocacionales. El substrato es el mismo: lo de ahora no nos gusta, queremos volver muy para atrás.  

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