El ZX Spectrum entró en mi casa en la primera mitad de los 80, cuando nuestros hijos eran pequeños. Lo compramos para que se habituaran a jugar con algo que iban a tener que usar en el futuro. Pronto llegaron las primeras consolas de videojuegos más primitivas y lo desplazaron en esa función, la que más impulsaba la demanda. Los Spectrum 48 K fueron un éxito de ventas e hicieron rico al ingeniero e inventor Sir Clive Sinclair, fallecido la semana pasada con 81 años. Su hija declaró al dar la noticia que su padre no había usado nunca un ordenador portátil ni contestado un e mail. Lo suyo era diseñar, adelantarse. Su inquietud le costó después algunos fracasos relevantes.

Me sirve esta entrada para situarnos en el cambio producido en estos 40 años. El aparato que llegó a nuestra casa tenía el tamaño del teclado, cargaba los programas desde una cinta de casete y su pantalla era el televisor al que se enchufaba. A pesar de su nombre, tenía en realidad 64 K de memoria y usaba su propio lenguaje Basic. Aquello nos parecía un gran avance, permitía jugar y divertirse. Pero nada comparable a lo que comentaba hace dos entradas sobre el nuevo iPhone de Apple. Un ejemplo de algo que se lleva en el bolsillo, sirve para comunicarse, tiene su propia pantalla y ofertará una opción de memoria de un terabyte, más de 100 millones de Ks.

Para la mayoría esos cambios de escala resultan difíciles. Nos cuesta imaginar lo que representan, más allá de las enormes cifras de bytes y la constatación, que tiene un papel central en el libro, de que vivimos muy conectados, con grandes oportunidades y riesgos. Por eso recuerdo con cariño aquel Spectrum, porque me sirve para tener una referencia personal de los avances realizados. Eran tiempos en que practicaba algo el ajedrez, después de ser un buen jugador en la adolescencia, cuando gané varios campeonatos provinciales. El Spectrum venía con un programa para ese juego y empecé a enfrentarme a él. Pero pronto me aburrí porque le ganaba, aunque lo pusiera en su nivel más alto y encima, en esa opción, tardaba varios minutos (hasta media hora) en contestar a mi jugada, un rollo. Ahí está una medida real del cambio. Desde hace unos años, ni el campeón del mundo es capaz de ganarle a los ordenadores más potentes.

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