El último día de campaña electoral coincidió con la fiesta local de Madrid y hubo un gran acto en la Plaza de Las Ventas, promovido por la candidata y actual presidenta para echarse un capote. No fue un mitin, fue una corrida de toros con aforo limitado por la pandemia. Las entradas se vendieron enseguida como corresponde a una ciudad de gran tradición taurina.

Un hecho que adquiere relevancia dentro de los temas que se han ido abordando, con más pasión que reflexión, durante la campaña. Conecta con la valoración que los candidatos  hacen de las características culturales del pujante madrileñismo, que ya hemos descrito como variante absorbente de nacionalismo, frente a las disolventes que se dan en la periferia norte.

Mi ensayo, en su capítulo más largo “Más allá del estado nación”, aborda  el gran problema estratégico que tienen las democracias: cómo superar el modelo nacional para elevarlo a un plano superior, imprescindible para gestionar la dimensión actual de la Humanidad, manteniendo parámetros de control democrático. Es el principal reto de la Unión Europea, el primer experimento serio en esa dirección.

Preocupan los temores que genera esa nueva, en términos históricos, dimensión en que nos movemos. Resta protagonismo a los grandes aparatos político/burocráticos que han crecido mucho, conforme se expansionaban los servicios públicos, y se ven cuestionados en su tamaño actual por dos tendencias: la interna de descentralización y la externa de compartir competencias con otros Estados. Las incertidumbres generan miedo a perder referencias sociales, consideradas por muchos como intocables, que son aprovechados por diversas variantes de populismo para volver a ideas sencillas de otros tiempos.

La campaña electoral de Madrid es una muestra de este tipo de tensiones, en especial porque la capital acumula mucha capacidad de decisión política y gestión pública. De ahí que ese nacionalismo madrileño, agresivo y apegado al pasado, sea indisoluble del nacionalismo español.

Las corridas de toros son parte de la cultura histórica que, para algunos, nos aglutina. Un elemento cultural que ahora también nada contra corriente, pues se oficia con una dosis excesiva de maltrato animal.  En algunos territorios del norte nunca han sido muy populares, especialmente en Galicia, y empiezan a estar prohibidas en algunos sitios. Pero nuestra capital se siente mejor en el sur, si dudan de ello contemplen a qué se dedica su Ballet Nacional o el porcentaje de voto a Vox en cada zona de España.

El segundo punto que plantea la corrida en Las Ventas es la discutible conveniencia de este tipo de actos en tiempos de pandemia. Sobre todo en una comunidad que es la segunda en ocupación de ucis y en nuevos contagios (está en riesgo extremo), y la que registra, entre las peninsulares,  menor porcentaje de población vacunada. También es la que tiene más muertos en números absolutos y un mayor porcentaje de fallecimientos en relación a la población, tras Castilla La Mancha que no ha sido capaz de aislarse de las sucesivas ondas de contagio que le envía la vecina Madrid, una provincia que no tendría que haberse separado de ella.

No me extraña que el líder del “otro” PP, el presidente de la Xunta, esté preocupado por cómo aislar Galicia a partir del fin del estado de alarma, previsto para el próximo día 9. Aquí se ha resistido la pandemia con muchísimos menos muertos que la capital a pesar de que la población está mucho más envejecida.

Como elemento importante de la base cultural del madrileñismo cuya construcción se debate debería incluirse, además del relajo festivo, una alta dosis de imprudencia, frente al sentidiño de otros.

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