Tengo el hábito, dentro y fuera de mi actividad profesional, de tratar de contrastar las cosas que van sucediendo con datos y la experiencia de la pandemia está resultando bastante estresante. Los medios de comunicación tienen poca propensión a dar informaciones regulares con la misma base estadística y, cuando lo hacen, tienden a cambiar la forma y el lugar de presentarlas.

Ahora desearía conocer mejor los planes de vacunación, aunque me temo que si no son más concretos (dosis disponibles por tipo de vacuna, plazos de recepción, público objetivo, programa previsto de inmunización, cambios desde anterior comunicado, resultados y grado de cumplimiento de objetivos…) es porque los responsables no se atreven a mojarse para no quedar mal ante las ineficiencias que aparecen y las dudas sobre esta o aquella vacuna. La única medida esencial para poder volver a una vida normal se está aplicando con lentitud, especialmente en la Unión Europea.

Las instituciones internacionales dan muestras de que no funcionan adecuadamente, sometidas a situaciones de estrés como la de ahora. La UE, aquí defendida como el primer experimento serio para adaptar el modelo dominante de estado nación a la realidad del S XXI, deberá analizar despacio lo ocurrido para sacar conclusiones de su primera experiencia en reacción colectiva frente un choque externo grave, que también le pueden servir para definir su papel ante otros posibles desafíos, como los que hay en el ámbito de la defensa. . Lo hecho hasta ahora, da pie a que populistas de todo tipo presuman de la mayor eficacia de su modelo autónomo nacional, forjado por la Historia en guerras internas y externas, que estaría mejor preparado para enfrentarse a las emergencias y proteger a su gente. Boris Johnson ofrece su éxito en la vacunación como la mejor prueba de las bondades del Brexit. Los más poderosos y autocráticos donan vacunas a países más pobres y les ayudan , aunque lo hagan por relaciones públicas, por ganar influencia y obtener contrapartidas diversas.

En un plano más general que el de la vieja Europa, se ha puesto de manifiesto la necesidad de dotar de medios y agilidad a la Organización Mundial de la Salud, que debería haber jugado un papel más relevante. Hemos podido darnos cuenta que todos estamos en el mismo barco, por mucho que algunos se empeñen en encerrarse en su camarote. Volviendo a los números, pensaba sobre ello la semana pasada, cuando leí que se había descubierto que las personas con sangre del grupo A eran más propensas a tener problemas con este coronavirus. Me sorprendí de que tardaran tanto en saber algo  tan sencillo.

En la primera entrada que dediqué a la pandemia (01/03/20), pedí únicamente que la OMS creara una gran base estadística con los principales datos de las infecciones -era suficiente con la información homogeneizada de unas decenas de grandes hospitales fiables- sobre lo que estaba pasando. Se tiende a perder demasiado tiempo por la afición de los investigadores en salud a buscar respuestas con microscopio y la pesada burocracia que tiende a rodear a los grandes aparatos estadísticos. Recordaba el exceso de muertos que tuvimos aquí con la intoxicación por aceite de colza (1981) porque a nadie se le ocurrió preguntar a los afectados, todos de zonas próximas, que es lo que habían comido.

Si hubieran hecho lo que propuse, la OMS hubiera necesitado una semana en lugar de un año para conocer la correlación entre el grupo sanguíneo y la gravedad potencial del contagio. No es difícil organizar bien una base de datos, controlando la calidad de las distintas procedencias para hacer evolucionar las fuentes, sustituyendo las que se muestren menos fiables y revisando periódicamente lo que se registra para enriquecer enfoques sobre lo que va apareciendo. Un análisis sistemático de tipo estadístico no sustituye el imprescindible papel de científicos armados de microscopios, pero es vital para completar y orientar su trabajo. Para la OMS ese no es un esfuerzo caro y debería figurar, con prioridad absoluta, en la base de su funcionamiento.

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