Hace un par de semanas, el Congreso de Estados Unidos interrogó a los primeros ejecutivos de Alphabet-Google (Sundar Pichai), Amazon (Jeff Bezos), Apple (Tim Cook) y Facebook (Mark Zuckerberg), dentro de una investigación sobre posiciones de dominio en el mercado y otras prácticas improcedentes de las grandes tecnológicas.

Resultó un show previsible. Los congresistas oscilaron entre los grandes principios democráticos, con referencias a la necesidad de limitar los excesos de poder de estas empresas, y el más vulgar partidismo, en la línea Trump, que las acusa de marginar los temas que benefician a los conservadores.

Los dirigentes convocados argumentaron lo que era lógico: la necesidad de contar con grandes empresas para ser competitivos en los mercados mundiales, su apego por el país donde nacieron y mantienen decenas de miles de puestos de trabajo muy bien retribuidos, la amenaza china para dominar las nuevas tecnologías desde un sistema totalitario….

Una democracia que cuenta con una buena legislación y tradición en combatir prácticas monopolísticas debe tomarse en serio la variante de capitalismo que esas compañías representan, dirigida por los dueños de algo tan sensible como la información, especialmente la información sobre las personas.

Cada una de las cuatro empresas que estuvieron citadas ante los más altos representantes del pueblo estadounidense, aunque son casos diferentes, tienen en común sus posiciones de dominio. El sistema democrático, que mi libro analiza en el contexto actual de un mundo muy poblado e interconectado, tiene ante sí un desafío que va a definir su capacidad de adaptarse a esa realidad. De no lograrlo, estaremos demasiado expuestos a los intereses de unos pocos empresarios y una selecta colección de autócratas y aspirantes a tales.

El escenario pone en cuestión las limitaciones del modelo de organización dominante: el estado-nación. Ni siquiera el más poderoso parece ser capaz de defender a sus ciudadanos, como ya les pasa con la venta libre de armas. Denuncio en el libro la dificultad de hacer evolucionar las instituciones por el bloqueo de poderes enquistados en los sistemas nacionales. En los EEUU es muy conocido el que ejercen los que tienen más dinero. Además de muchos recursos, las empresas antes mencionadas añaden su capacidad de manejar parte creciente de la información que usan los ciudadanos para tomar decisiones.

Al día siguiente de los interrogatorios en el Congreso, las cuatro compañías presentaron ante los analistas sus cifras del segundo trimestre. Mientras las economías del mundo tiemblan bajo los efectos del coronavirus, ellos superaron expectativas. Alguno incluso logró rebasar cualquier precedente. Lo dicho, cada vez tendrán más poder y será más difícil someterlos a las normas. No conseguiremos que paguen los impuestos que deben pagar ni que dejen de usar su poder financiero para comprar posibles competidores.

Aún cabe la esperanza de que las instituciones democráticas de los Estados Unidos sean capaces, al final, de anteponer los derechos de sus ciudadanos a otros intereses. No será fácil porque las grandes tecnológicas son campeones nacionales que refuerzan el liderazgo de su país frente a China, un Estado totalitario nada escrupuloso en limitar el poder de sus empresas. En un par de semanas ya nos hemos casi olvidado de esta comparecencia que parecía tan importante. Sus protagonistas tienen capacidad para tapar lo que no les gusta.

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