Los que defendemos las libertades democráticas y la evolución hacia un mundo más igualitario y con menos fronteras nos hemos alegrado de que los votantes franceses hayan rechazado al neofascismo de Le Pen vencedor en la primera vuelta de las elecciones legislativas. Muchos ciudadanos hicieron de tripas corazón y votaron la opción seleccionada para su distrito por los partidos opuestos a la Agrupación Nacional (RN), aunque esa persona representara ideas contrarias a las suyas. Es una de las ventajas de contar con un sistema electoral mayoritario que fomenta la concentración del voto. 

El resultado de las votaciones del día 7 ha dado el primer puesto (182 escaños) al Nuevo Frente Popular (NFP) un disperso grupo de partidos de izquierda y ecologistas. Dentro de ellos, el que obtuvo mayor número de diputados es la Francia Insumisa, liderada por Jean-Luc Melenchon. Un viejo luchador de línea radical que, como la RN, es anti europeísta y contrario a apoyar a Ucrania. Una vez más, tendencias fascistas a izquierda y derecha tienden a tener estrategias comunes. Melenchon presiona para acceder a presidir el gobierno siguiendo la tradición de que el Presidente designe para formarlo al líder del grupo más votado.

Se abre un período complejo. La constitución de la quinta república, diseñada por el general Charles de Gaulle, había proporcionado, hasta ahora, mayorías claras y, por tanto, la clase política  carece de experiencia en gobiernos de coalición a nivel nacional.  Lo que intenta el Presidente Macron es conseguir que su agrupación centrista (168 escaños) reciba el apoyo de alguno de los variados grupos integrado en NFP, los ecologistas son una posibilidad, y, al mismo tiempo, el de los conservadores neogaullistas (cuarta fuerza con 60 diputados), para acercarse a la mayoría en la cámara, 289 escaños. No lo tiene fácil y es posible que haya que ir a nuevas elecciones. Según la constitución francesa, sólo se podrían convocar dentro de un año y lo normal sería formar un gobierno tecnocrático que gestionara el país sin introducir cambios significativos durante ese tiempo.       

Se sabe que Vladimir Putin apoyaba una victoria de Le Pen. Intenta imponer soluciones fascistas y está obsesionado con debilitar la Unión Europea. La odia porque articula diversos Estados en un proyecto común, basándose en la colaboración, la cesión de competencias y el respeto a los valores democráticos y los derechos humanos. Es un asunto central en esta nueva fase de la evolución humana al que mi ensayo dedica su capítulo más largo (Más allá del estado nación). Francia es el segundo país en importancia dentro de la UE y su entendimiento con el primero, Alemania, es fundamental para sostenerla. El fascista ruso, que apoyó el Brexit y apuesta por un segundo mandato de Trump en los EEUU, mientras invade países vecinos, intentará manejar la nueva situación francesa para desestabilizar el país.

Jugará a favor de Melenchon, como antes de Le Pen. Putin es un dictador pragmático que va consiguiendo debilitar a los que se oponen a sus ideas. No para de recibir satisfacciones en tiempos en que proliferan los que promueven vueltas atrás, presididos por patrias armadas hasta los dientes. Estará contento de que el nuevo presidente rotatorio de la UE, el húngaro Orbán, populista de línea autoritaria, haya iniciado su mandato con una visita al jerarca moscovita, seguida de otra a Xi Jinping. El tercer grupo por número de diputados del nuevo Parlamento de Estrasburgo será el creado por Orbán, Patriotas por Europa, que agrupa a la mayor parte de las fuerzas más nacionalistas. La alegría por el cambio de tendencia en las elecciones francesas es una buena noticia, pero siguen muy presentes las amenazas de los que no se encuentran a gusto en una Europa más integrada y democrática.

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