El corte en la educación dejará secuelas permanentes.

El COVID-19 deja rastros que dificultan la recuperación de los afectados, también la de los colectivos, entre ellos, los países y las organizaciones internacionales. La gravedad y persistencia de esos daños están ligadas a las patologías previas del paciente y al tratamiento elegido. Me he venido refiriendo a casos concretos y lo seguiré haciendo. A la educación le he dedicado bastantes espacios –el último el pasado día 14- porque refleja graves problemas del enfermo, en este caso España. En los tratamientos elegidos por el Gobierno no se da prioridad a evitar secuelas a toda una generación afectada por perder la mitad de un curso y me preocupa especialmente que la gente no esté protestando porque se ponga en riesgo el futuro de sus hijos y nietos.

Parece que sólo se echan a la calle los de la bandera monárquica, para resucitar el pasado emulando las tácticas de Podemos desde la acera derecha. Entre los objetivos de la nueva fiesta de la banderita, para la que parece que no hay restricciones de distancias, no está el de ayudar a los más desfavorecidos ni, como es lógico, luchar contra la desigualdad que les beneficia. La mayoría de ellos tienen a sus descendientes en colegios privados y disponen de recursos para mantener un suficiente nivel educativo en el hogar y reforzarlo de la forma que sea necesaria

A nadie parecen importar los niños y adolescentes para los que las aulas son el único camino para escapar de la pobreza y, también, para comer algo, ni los centenares de miles de padres y madres que tienen graves problemas de conciliación en su día a día. Son los grandes olvidados, a las dificultades económicas unen la preocupación por sus hijos.

Cuando en países próximos, como Francia, Alemania o Portugal, dan prioridad a la enseñanza desde el principio del proceso de desconfinamiento, aunque lo hagan con limitaciones, aquí se habla poco de ello. Esos países y otros muchos deben tener mejores asesores que nosotros y son sociedades más avanzadas que saben que la peor herencia del coronavirus puede ser el déficit educativo.

Tenemos lo que nos merecemos: soluciones burocráticas, se recuperan clases únicamente para los alumnos de 2º de BUP, porque tienen una prueba de acceso a la Universidad. Se pasa por alto que la falta de educación afecta más a los más pequeños y que estos son los que prácticamente no se contagian.

 A la estulticia burocrática se une la pereza sistemática, ¡vacaciones ya! Dos males combinados que atenazan nuestro sistema educativo (con muchas excepciones personales por supuesto) atacado de COVID-19. Las secuelas a largo plazo para las capacidades de una generación y la igualdad de oportunidades van a ser importantes. Por otro lado, parece que el enfermo se va acostumbrando a su minusvalía, porque no se queja y no se preocupa de recuperarse. 

¿Por qué no llevan un mes en clase los niños y niñas de El Hierro, La Gomera, La Graciosa, Formentera y miles de municipios sin coronavirus? Provocar daño innecesario es de una crueldad inasumible. Tenemos mucho mando único, demasiado café para todos y pormenores que darían para varias ediciones de la Oficina Siniestra de La Codorniz, aquel gran semanario de tiempos de dictadura. Pero hay poca cabeza y ganas de trabajar.

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