El nuevo sultán está acostumbrándose a hacer lo que le place: convierte Santa Sofía en mezquita y ayer hace lo mismo con la antigua catedral ortodoxa (Iglesia de Chora), intenta expandir sus fronteras en Siria y sus aguas territoriales a costa de Grecia, inicia una intervención en Libia, trata de ahogar a los kurdos y otras facciones opositoras… Es un autócrata de libro, subido como Putin sobre las grupas de un Estado que fue una potencia colonial, modelo terrestre, es decir que muchos de sus vecinos estuvieron alguna vez bajo su dominio. Son peligrosos, especialmente para sus pueblos a los que intentan calmar el hambre con hazañas patrióticas.

Ahora el sultán presidencial está dando órdenes en el plano monetario. Para ello ha reducido la independencia de su Banco Central, acepta mal no poder hacer lo que le plazca en cualquier asunto del Estado. Tiene sus propias ideas, dice que no le gustan los tipos de interés altos porque favorecen la inflación, cuando es todo lo contrario, en realidad lo que no quiere es reconocer su fracaso en política económica. El Estado gasta demasiado en sus fantasías imperiales y la epidemia exige un esfuerzo público aún mayor.

Resulta divertido observar a un mandamás con teorías monetarias propias, las cosas que se le ocurren. Como consecuencia de su obsesión de que no suban los tipos de interés, la inflación se ha situado en dos dígitos y la moneda , la lira, se ha desplomado a pesar de haberse dilapidado buena parte de las reservas del país en defenderla y del reciente descubrimiento de una gran bolsa de gas natural en las aguas turcas del Mar Negro. Pero mientras no suban los intereses radicalmente (del 8,25% actual a un entrono del 15%) no conseguirá parar el proceso y no quiere hacerlo. Su cabeza autoritaria no entiende que discutir con fuerzas que no se controlan es una estupidez.

Esta situación me ha hecho recordar una corta visita que hice a Estambul, en diciembre de 2004, con mi mujer y unos amigos. Entonces tuve el privilegio de pagar consumiciones de bar con un billete de 20 millones de liras, como el que figura al pie de este texto. Fui de los últimos, el 1 de enero siguiente entró en vigor la nueva lira turca. Cada una de ellas valía un millón de las antiguas, la que era entonces la moneda peor valorada del mundo perdió seis ceros en una noche. Me interesó ser testigo de tal reducción de cifras. Un incentivo más del viaje, añadido a lo mucho que hay que ver en la gran capital del Mediterráneo oriental.

En el 2009 la moneda perdió el adjetivo de “nueva” y volvió a ser lira turca. Me temo que el sultán que todo lo sabe, porque lo que él no conoce se lo dice Alá (supongo), insista en provocar depreciación, inflación y crisis económica. Pobres turcos, el mundo, encogido por la pandemia, no está para experimentos monetarios en un país con tan malos antecedentes. Espero que Alá, o quien sea, ilumine al padre de la patria y se deje de insensateces, evitará problemas muy graves a su pueblo.    

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