Nunca los superricos fueron tan ricos ni tuvieron tanta influencia. Aunque siempre han tenido mucha. Antes, los monarcas se rodeaban de una nobleza acaparadora de tierras, gran acumulador histórico de capital. La religión mantenía a la mayoría aglutinada y convencida de que la situación social era justa, mientras se comportaba como un terrateniente más. Ahora, con población y economía mucho más grandes, domina el capital financiero que abunda más en la principal nación, los EEUU. Gracias a ello, el capital ha ido conquistando los sistemas de información y las redes sociales, importantes bases económicas y de manipulación de opinión. Para ser más rentable, busca trabajar en régimen de oligopolio, coordinado por grandes maestros y nuevos profetas. Pero muchos de los nuevos muñidores de la palabra no dejan de promover también la vieja religión nacional para reforzar la identidad étnica dominante y combatir mejor los derechos democráticos, sobre todo si son específicos de las mujeres, como el aborto.

Está en alza la Inteligencia Artificial y no paran de llegar a acuerdos para controlarla sin competir demasiado entre ellos. Acuerdos que este año han involucrado a Microsoft, Intel, Oracle, AMD, Tik-Tok, las Start Ups de Elon Musk … No se ocultan, ha perdido valor el derecho de competencia del que su país fue un destacado practicante para mantener la tensión de los mercados y mejorar la eficacia del sistema. Porque, además del dinero y la palabra, van ocupando, de la mano de Donald Trump, el aparato estatal más importante del mundo, que no sólo emplean para proteger sus prácticas monopolísticas, también para combatir cualquier otra cosa que no les guste: los inmigrantes, los países que no les dan todas las facilidades para sus negocios, los medios de comunicación que no les son afines, las ciudades gobernadas por el Partido Demócrata…

Es el club más elitista que ha habido. Su presidente también lo es de los EEUU y puede reunir a la Junta Directiva en la Casa Blanca con total desvergüenza. Colocan a parientes y conocidos en puestos de responsabilidad pública y, cuando surgen problemas graves como el que crea el permanente interés de Israel en desalojar a los palestinos de sus tierras, llaman a socios de los grandes negocios, en este caso magnates de origen judío o jeques árabes, para que presionen a los encargados de las fincas e instalaciones del Club Tierra –ven así a los demás dirigentes, Xi, Modi, Putin, Netanyahu, Erdogan, Zelenski…- y hagan lo que la Directiva quiere para aplacar a la gran masa de vecinos diversos entretenidos en deportes irrelevantes.

Algunas cosas que hacen pueden ser valiosas, como el reciente acuerdo de paz en Gaza o reducir algún sobredimensionado aparato de la burocracia pública. Pero no nos engañemos, lo que quieren es forrarse. Trump es cada día más rico. Desde que inició este segundo mandato, su fortuna, según Forbes, ha pasado de 2.300 a 7200 millones de dólares. Si es así, lleva ganados unos 20 millones diarios, incluidas vacaciones para jugar golf. No está mal el sueldo, incluso para una persona de sus responsabilidades. Bloomberg hace estimaciones algo más bajas y sitúa su fortuna en 6.400 millones a finales de verano, mientras The New York Times la cifra en 10.000. Pero ya se sabe, este gran diario no es muy partidario de Trump, que lo tiene enfilado. Como a la Universidad de Harvard  porque defiende con fuerza el conocimiento científico, que, por ejemplo, pone colorado a su Secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr., que niega la eficacia de las vacunas, mientras reduce las prestaciones para los ciudadanos de menos ingresos que no pueden permitirse la sanidad privada. Aun así, muchos les votan convencidos de que defienden la patria y protegen sus puestos de trabajo frente a extranjeros, inmigrantes y mujeres.

Un grupo reducido de hombres, las mujeres sólo las usan como Barbies para posar en las fotos, tiene en sus manos los tres grandes sistemas de influencia que existen (aparato, dinero y palabra). El ensayo detrás de este blog nace de mi preocupación por la acumulación de poder que favorece el entorno en que ahora vive y se organiza nuestra especie. Por eso propone vías de actuación que ayudarían a evitar excesos y recomienda emplear los derechos de las mujeres como medida del nivel de democracia. Cuando lo escribí, Trump estaba en su primer mandato. Desde entonces, mis temores no paran de aumentar.

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