Hay un ambiente internacional muy tenso. Los grandes países, deseosos de aumentar su poder, se enfrentan y nos enfrentan. Son la cumbre del modelo institucional de Estado nación que se extendió tras el desmembramiento del sistema colonial europeo. Un modelo que se apoya en la identidad cultural-racial y en fronteras fuertes, desconfía de los extranjeros y gusta de exhibir poderío militar. EEUU, China y Rusia lo están llevando al límite.
Los rusos son la variante más peligrosa. Su nacionalismo extremo se siente herido por perder un imperio basado en someter vecinos. Representa el pasado y no tiene reparos en saltarse el derecho internacional para invadir a otros. No van a parar si no se les ahoga. Lo trataba en la entrada del 25 de agosto.
Los otros dos grandes Estados también muestran tendencias agresivas. China ha celebrado un macro desfile militar, con todo tipo de armamento sofisticado, para mostrar al mundo su capacidad de liderarlo. Los EEUU de Donald Trump montan un cordón militar a Venezuela, con la misión oficial de impedir el envío de cargamentos de drogas, mientras despliegan la Guarda Nacional en las ciudades y su Departamento de Defensa pasa a llamarse Departamento de Guerra.
Los motivos para el miedo a lo que pueda deparar el futuro están ahí y tienden a empeorar, no hay peor síntoma de la enfermedad nacionalista que el aumento del gasto militar. Sin necesidad de llegar a una situación bélica real, las consecuencias de las que ya tenemos en marcha (Ucrania, Gaza, Sudán…) se sienten en el interior de todos los países, obligados a recortar gasto social para comprar nuevas máquinas de matar y sostener milicias más numerosas. Todos notaremos las guerras en pensiones congeladas, menos educación y peor cobertura sanitaria. Los nacionalistas nos querrán seguir engañando, culpando de lo que pasa a los de fuera y a los inmigrantes, cuando la culpa es suya.
El creciente peso de los ejércitos en política internacional no conduce a nada bueno. Por eso debo destacar el acuerdo al que han llegado la UE y Mercosur para firmar un ambicioso tratado comercial que supone la eliminación de casi todas las barreras arancelarias y que funcione mejor un mercado de 780 millones de personas. El comercio tiende a traer paz y democracia, porque hay que negociar con otras gentes, fiarse de ellas, emplear documentos creados por el tráfico mercantil, hablar idiomas, viajar, especializarse en lo que haces mejor… Abre las cabezas y permite ver que los otros son muy parecidos a nosotros.
El acuerdo con Mercosur aún tiene que ser aprobado por los 27 y el Parlamento, pero su aceptación por Francia, siempre susceptible de lo que pueda perjudicar a sus levantiscos agricultores, garantiza que no haya minorías de bloqueo. El tratado entra en fase final tras 25 años de negociación. Con él Sudamérica y Europa muestran su afinidad cultural y su voluntad de una mayor integración supranacional, de no abandonar el camino del comercio para asegurar la paz y el respeto a las normas. Esperemos que no tarde en firmarse, porque habrá maniobras de todo tipo contra él de los grupos neo fascistas, cada vez más importantes.
Méjico, el segundo país más grande de Hispanoamérica, tan presionado por el ala dura que domina Washinghton, también acaba de actualizar su tratado comercial con la UE.
La propia Europa es el mejor ejemplo de cómo un mercado común terminó con siglos de guerras. A pesar de las mayores tensiones internas que, también aquí, crean los populismos patrióticos, sigue defendiendo mercados abiertos y equilibrados. Además de los tratados antes comentados, estos días conocimos que la UE ha multado a Google con 2.950 millones de euros por abusar de su posición de dominio. Los EEUU viven una desvergonzada exhibición de la concentración de los tres grandes ejes de poder que mi ensayo analiza (administración pública, dinero y sistemas de información) y nos amenazan, otra vez, con represalias. Seguro que sus mayores multimillonarios lo comentaron en la divertida reunión que tuvieron en la Casa Blanca la semana pasada.
Aún damos pasos en la dirección adecuada. Debemos continuar así porque, mientras no se extiendan, habrá que comprar más armas. Una desgracia.
