El Papa Francisco ha sido admirable por muchos motivos. A nivel personal por su proximidad y su vida discreta y alejada de excesos de pompa. Se ha escrito mucho sobre él estos días (nos sentimos empapados de noticias) y tengo poco que añadir, aunque me parece reseñable su defensa, también en la última homilía, de los pobres y los migrantes, su insistencia en que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos. Una lógica social en la base de este blog, como la de condenar las guerras expansivas que también Francisco  denunció, especialmente la de Gaza, cerca de Tierra Santa. Los agresores suelen ser muy racistas y sitúan la religión en el centro de su cultura tribal. Es importante que la máxima autoridad católica les haya puesto en su sitio. 

Bergoglio, persona con hábitos de vida humildes, empleó su gran palestra al servicio de los desfavorecidos, pero cojeaba de un defecto de perfil argentino: habló muy bien, pero hizo poco para cambiar la Iglesia. Probablemente se encontró con mayor resistencia de la que podía suponer, aun siendo jesuita, orden con mucha experiencia en gestión del poder, y habiendo ocupado altos cargos de la jerarquía. Es muy difícil corregir los hábitos de grandes aparatos con fuertes raíces históricas, apegados a creencias aparentemente inamovibles. Un tema que analiza el primer capítulo (El poder del aparato) del ensayo que me sirve de referencia. Las burocracias, también en el ámbito civil, no paran de crecer. Son excesivamente grandes y anidan grupos con capacidad de parar cualquier cambio. El Vaticano arrastra una larga dolencia vetocrática.

La Iglesia se enfrenta a la necesidad urgente de corregir sus líneas de acción, sobre todo, en lo que tiene que ver con el sexo y, específicamente, con al papel de las mujeres. Su nivel de igualdad, como no me canso de repetir, es el mejor indicador de la adaptación de cualquier organización humana al mundo de hoy, al respeto por los derechos humanos y la igualdad de oportunidades. Ya no vale relegarlas a funciones secundarias, su admisión en todos los espacios eclesiásticos y la apertura al matrimonio de los ministros de la Iglesia van a definir su futuro. Sacudirse tabúes sexuales de otros tiempos le será difícil, porque su gran papel social, hasta ahora, ha sido fomentar la expansión de la especie mediante rígidas normas morales, que centraban a las féminas en el entorno reproductivo (pgs. 130-134 de mi ensayo, capítulo La Libertad de las Mujeres). Si es capaz de evolucionar en este ámbito, Francisco ni lo intentó, además de acercarse a la vida real de las personas, conseguirá controlar mejor los terribles escándalos de abusos sexuales que le afectan. Problema que forma parte de la gran novela de Jesús Torbado, Las Corrupciones, Premio Alfaguara en 1965. La leí entonces, me aclaró muchas cosas en este ámbito y la sigo recomendando.

El magisterio de la palabra que tan bien ejerció el Pontífice fallecido facilita que el Vaticano se ponga las pilas y corrija actitudes que espantan creyentes. Él ha sembrado ideas con rotundidad, incluso se ha manifestado neutral respeto a la homosexualidad, tendencia arraigada en una organización muy masculina. El Cónclave debería buscar un sucesor de la línea de Francisco, que ha nombrado a tres cuartas partes de los actuales cardenales, para aprovechar la senda abierta y facilitar que las buenas intenciones se traduzcan en normas. Incluso podría proceder de una de las áreas de expansión del catolicismo, África y Asia. El gráfico que recojo al final de la entrada, tomado de The Economist, compara, para los grandes continentes y durante los últimos 50 años, el crecimiento anual medio del número total de católicos y del conjunto de la población. Si el aumento de sus creyentes es mayor, la Iglesia gana cuota de mercado, cuando es menor la pierde. Hasta ahora, han sido italianos el 80% de los Papas que han sucedido a San Pedro, por cierto, originario de los Altos del Golán que los judíos intentan también anexionarse aprovechando la situación confusa de Siria. Sería deseable que los electores profundicen en la línea de los tres cónclaves anteriores que apostaron por un polaco, un alemán y, por fin, el primer pontífice americano. Seguro que, bajo los extraordinarios frescos de Miguel Ángel, en la Capilla Sixtina, durante los próximos días, se analizará y tomará en cuenta la posición competitiva del catolicismo en diversas regiones del planeta, aunque lo llamen de otra forma.

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