Los que ilustran la entrada con cara de locos, concentran muchísimo poder y su devoción por al pasado pone en riesgo el futuro. Desde la caída del imperio ruso, que ellos llamaban URSS, la convivencia humana se ha ido organizando con mayor peso del derecho internacional y organismos supranacionales, acelerándose un proceso iniciado tras finalizar la Segunda Gran Guerra. Lo avanzado desde entonces parece estar en peligro, aunque sea imposible volver a las políticas del siglo XIX con la dimensión actual de la Humanidad y su nivel de interdependencia. No deben triunfar neocolonialismos de los grandes estados, dirigidos por machos autoritarios, nacionalistas, religiosos (en China la fe se basa en el libro rojo), negacionistas y racistas.

El mundo ha cambiado, ignorarlo nos conducirá a situaciones de tensión con imprevisibles consecuencias. El actual proceso de vuelta atrás dispara el gasto militar y hay demasiadas armas nucleares dispersas por el mundo. El último capítulo del libro que inspira el blog, “Más allá del estado nación”, analiza las dificultades de este modelo institucional para seguir articulando en exclusiva la organización de la especie, es demasiado tribal.  También describe los obstáculos que presentan los ejemplares más grandes del modelo, naciones que se consideran muy poderosas y sólo les preocupan sus intereses. De las tres más beligerantes, los EEUU parecía la menos proclive a aventuras peligrosas, aunque, cuando escribí el ensayo, Trump era presidente. Ahora, cabreado por haber tenido que dejar el cargo en el 2021, ha entrado en fase histérica, rodeado de ricos amigos de su calaña. Esperemos que pueda ser suavizada por el sistema de contrapoderes de la más antigua constitución democrática.

En los EEUU ya se habla con naturalidad de apoyar limpiezas étnicas, como la de Israel en los territorios palestinos o la que subyace a la expulsión de emigrantes o de que la Casa Blanca cierre su canal de información en español. En paralelo, se están retirando de organismos internacionales que ayudan a tener una convivencia pacífica y respetuosa con los derechos humanos.

Como europeo, insisto en la necesidad de ser conscientes del papel a asumir por la Unión Europea en estos momentos, a pesar de las zancadillas de nuestros congéneres más totalitarios que odian que Bruselas pueda opinar sobre lo que ocurre dentro de su país. Los hemos visto la pasada semana, reunidos en Madrid, aplaudiendo la elección de Trump. Se llaman patriotas, pero defienden el interés de los grandes Estados más autoritarios para desgastar los organismos supranacionales que imparten justicia más allá de las fronteras y ayudan a los necesitados.

La UE es el gran proceso para superar las limitaciones que hoy presenta el modelo de estado nación para una convivencia justa y pacífica. Debe avanzar en su integración y, para ello, sus decisiones más importantes, como ya he señalado aquí, son contar con su propio sistema de defensa, al margen de la OTAN, y marcar su frontera este que debe dejar fuera a candidatos como Turquía o Georgia. La UE no es la alternativa a la ONU, donde puede entrar todo el mundo, es un modelo que debe consolidarse para ser un ejemplo que otras regiones del planeta puedan copiar para disminuir tensiones y conflictos propios de Estados dirigidos por patriotas.

Seguiremos hablando de todo ello, por ahora quédense con que patriota significa fascista y, en Europa, gente que prefiere que seamos vasallos de los EEUU o Rusia en lugar de convivir y compartir competencias entre todos, por encima de fronteras e identidades, con el fin de ser más eficaces y entrar con más fuerza y sin intereses expansionistas en la política internacional, desde la defensa de la libertad de todos.

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