El cuadro estadístico que figura al final, realizado por La Voz de Galicia con datos del Ministerio de Sanidad, indica que Galicia es la comunidad con menor porcentaje de mujeres en edad fértil que recurren al aborto. Cuando una mujer se plantea abortar se enfrenta a una decisión muy difícil en la que confluyen sentimientos y emociones con valoraciones de su entorno familiar, moral y de vecindad, muy relevante en localidades pequeñas. Un tema siempre complejo, por lo que mi ensayo sitúa la regulación del aborto como mejor indicador del nivel de libertad en una democracia

Mi primer contacto directo con este tema se produjo en 1967, cuando el catedrático de derecho penal de Santiago nos llevó a presenciar un juicio sobre un caso de aborto. Era un día gris y lluvioso. Las ventanas de la sala, decorada con grandes cortinones, permitían observar la fachada barroca de la catedral desde el Palacio de Rajoy, que hoy alberga la presidencia de la Xunta y entonces era la sede de los juzgados. Las humildes acusadas, aldeanas vestidas de negro, eran una chica muy joven y una menciñeira que le había practicado un aborto con agujas, provocándole alguna lesión menor. Los tres jueces, el fiscal y los abogados iban cubiertos con togas negras. El oscuro escenario encogía el alma. La acusación profirió todo tipo de imprecaciones, incluida la palabra asesinato (1). La estructura legal, todos hombres, hablaba en castellano, ellas contestaban en gallego en voz muy baja a las preguntas que les hacían. La chica lloraba.

Nuestro profesor nos condujo a presenciar aquel drama para convencernos de lo malo que era el aborto. Era tan antiabortista que llegaba a decir que los países que permitían practicarlo se hundían, incluso en el plano económico. Entre la dramática escena a la que asistimos y que Holanda o el Reino Unido estaban mucho más avanzados que aquella España tan católica, que aplastaba a unas pobres mujeres frente a una enorme catedral, me empezaron a entrar serias dudas sobre la calificación penal del aborto.

Por coincidencias de esas que ocurren en la vida, aunque yo no tenía nada que ver con su embarazo, dos mujeres que consideraban la posibilidad de abortar me consultaron sobre ello pocos años después. Aún estaba Franco, pero las dos podían acudir a un país extranjero para hacerlo. Una decidió abortar, la otra no. Desde entonces, profundicé aún más en la regulación de las interrupciones de embarazo

Por antiguas razones antropológicas, Galicia es una comunidad donde se toleran los hijos de soltera mejor que en el resto de España. Entre los valores de la mujer, la fecundidad está delante de la castidad. Creo que factores específicos, muchos hombres trabajaban meses en el mar y otros emigraban, ayudaron a mantener este rasgo cultural profundo hasta los tiempos actuales, a pesar de la enorme presencia de la Iglesia aquí. El contexto ayuda a las mujeres a tener más libertad y ayuda a explicar que Galicia cuente con muchas notables en su historia. La que recuperó el gallego como lengua literaria, Rosalía de Castro, era hija natural de un canónico de la Catedral de Santiago. En la vida de otras féminas destacadas también se dieron circunstancias conectadas a este entorno. Por ejemplo, el padre de Juana de Vega era hijo de madre soltera, la madre de María Casares también. Los casos son innumerables.

La relevancia que se le da a la capacidad de tener descendencia se manifiesta también en temas menos relevantes. Como que, en gallego los árboles que producen fruta (pereira, maceira…) tienden a ser de género femenino, es lo coherente, pero en castellano son masculinos (peral, manzano…). El contexto cultural influye en la menor incidencia del aborto aquí. Se aceptan mejor las madres sin pareja, eso retira parte de la presión para interrumpir un embarazo, lo que nunca es fácil para ellas. La herencia antropológica ha servido de puente entre tiempos cerrados y los de ahora, cuando estos asuntos se abordan con mayor naturalidad.

(1)La misma palabra que hoy emplea Red Política de Valores, la organización de extrema derecha, que lucha contra el aborto, “la ideología de género” y “el feminismo radical”, a la que la oposición conservadora ha cedido una sala del Senado para celebrar en ella una cumbre internacional antiabortista el próximo diciembre. Las directrices papales siguen influyendo, aunque los líderes que las siguen ya no entran bajo palio en los templos.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *