La nueva situación mundial inspira el ensayo que orienta estas páginas. Somos muchos más, consumimos muchísimo más y estamos más conectados que cuando se pusieron en marcha las instituciones que organizan el gobierno de lo público. Adaptarse exige cambios, como aceptar que las mujeres tengan más libertad y peso en los asuntos comunes, abrir puertas a los “diferentes” (por actitudes sexuales, origen, características raciales o culturales) o crear instituciones supranacionales que recojan competencias del estado nación, mientras éste se descentraliza para ser más eficaz, confluencia de dinámicas que muchos militares, jueces y altos funcionarios ven como amenaza al aparato político-administrativo unitario, acostumbrado a gestionar una soberanía poco limitada.

El proceso tensiona la herencia cultural y los hábitos de cada país. Los partidos conservadores, haciendo honor a este adjetivo, se resisten instintivamente a grandes cambios, se aferran a valores que consideran sustanciales y se apoyan en aparatos funcionariales, especialmente de la judicatura que ejerce un poder constitucional. Quieren que el nuevo mundo encaje en el marco antiguo. Como eso va siendo cada vez más difícil dentro de democracias abiertas y respetuosas con las diferencias, tienden a radicalizarse en línea nacional populista, cuando no decididamente autoritaria.

Como consecuencia, el centro político se hace cada vez más de izquierdas o liberal, en terminología anglo-sajona. Los llamados progresistas son más propensos al cambio para tratar de que la sociedad sea más justa y están más habituados a la dispersión, a negociar y pactar con otras formaciones centradas en temas relevantes, como la ecología o el reconocimiento de diferencias que muchos ven como amenazas de la unidad. Ser de centro exige negociar con todos y adaptarse a lo que va surgiendo.

En Iberoamérica estamos viendo que la izquierda es ahora menos proclive a tentaciones totalitarias, espantada por los desastres que estas derivas provocaron en Cuba, Venezuela o Nicaragua. Presidentes línea pogre como el brasileño Lula, el colombiano Petro, la mejicana Scheinbaum , o el chileno Boric intentan ayudar a una transición democrática en Caracas, aunque entregue el gobierno  venezolano a una oposición de línea conservadora. Se enfrentan al deseo de perpetuarse del Presidente Maduro, que tiene el apoyo de destacados templos de la autocracia con sede en Moscú, Pekín, Teherán o La Habana.

Lula dio un buen ejemplo abandonando el poder cuando perdió las elecciones ante Bolsonaro en 2018. Cuatro años después, éste, exmilitar de instintos parafascistas, intentó negarse a dejar el palacio presidencial de Brasilia, como Donald Trump en los EEUU. Es buena noticia que las izquierdas iberoamericanas defiendan relevos democráticos y abandonen tentaciones revolucionarias que terminan en variantes de dictaduras corruptas, como las tres que citábamos antes, que han llevado a sus países a la ruina. Si la tendencia se mantiene, el centro-sur del continente americano, tan inestable desde la independencia, consolidará la democracia y el desarrollo, y será la base de una mayor cooperación regional en beneficio de todos. Tomen ejemplo del pequeño Uruguay, que cambia con normalidad presidentes de izquierda y derecha, y desconfíen de esos que se dicen liberales, como Milei en la gran Argentina, que intenta socavar los derechos de las mujeres.

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3 comentarios

  1. Según todas las evidencias, los recientes comicios en Venezuela, han dejado fuera de toda duda que el pueblo venezolano está anhelante por sacudirse el opresivo yugo del «madurismo», muy verde en cuanto al más mínimo atisbo de democracia. El poder ejerciente respondió negando dichas evidencias, reprimiendo violentamente cualquier tipo de desidencia y con amenazas, en muchos casos consumadas, de un baño de sangre antes de asumir el resultado real en las urnas.
    El ofrecimiento mediador de Lula, a quien calificas de ejemplar, y los que se supone que también te lo parecen (Petro, López Obrador..)
    ¡ Menudos ejemplares ! carecen de credibilidad tanto personal como las propuestas de nuevas elecciones que se sugieren. En democracia, el mandato reconocido resultante de unas elecciones debe ser imperativo y no estar sujeto a inconfesables negociaciones ni trapalladas.
    Eso de que la izquierda Iberoamericana es ahora menos proclive a tendencias totalitarias no se compadece con la realidad. Con todo y ello, llegados hasta aquí habrá que quedarse con aquello de ¡ Hágase el milagro y hágalo el diablo ! .

    1. Estoy de acuerdo con que no hacen falta nuevas elecciones en Venezuela, pero desplazar a un dictador nunca es fácil. Me limito a subrayar que, en muchos países, hay una excesiva radicalización en los conservadores y que la actual izquierda latinoamericana ha abandonado tendencias revolucionarias, es decir totalitarias. La necesidad de adaptarnos a la nueva realidad de la Humanidad parece que coge más abierta a cambios, dentro de reglas democráticas e igualdad de derechos, al centro izquierda, incluido el partido demócrata en los EEUU.

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