La UE ha mostrado lentitud y falta de energía para conseguir vacunas que protejan del covid 19. En las crisis funciona con más eficacia el modelo tradicional de estado nación más entrenado en la toma de decisiones y, mejor aún, los de línea totalitaria como China, que controló rápido la pandemia que se originó allí. Otros de base democráticas han vacunado bien, el Reino Desunido ha conseguido proteger a un 60% de su población y los EEUU andan por el 40%, mientras que la UE supera poco el 15%. Con estas cifras, es normal que algunos países europeos (incluso regiones) hagan política cortoplacista, negociando envíos de vacunas por su cuenta.

Pero los datos de nuestro continente no son tan malos. A pesar de tener grandes ciudades y una población más envejecida, la tasa de mortalidad, desde el inicio de la pandemia, es de 1,38 muertos por mil habitantes, mejor que la británica (1, 87) y la norteamericana (1,66). Quizá haya influido que Europa tiene sistemas sanitarios potentes y que, con todos sus defectos, hay una tradición de poner la salud de los ciudadanos por delante de otras consideraciones. Los populistas de perfil nacionalista son más proclives a variantes del negacionismo sobre la gravedad de la crisis y de arriesgar la salud de todos. El Presidente Trump o el Primer Ministro Boris Johnson jugaron demasiado a este juego, como ocurre aquí con la Presidenta de Madrid (2,17 fallecidos por mil habitantes). Quizá por eso, la idea de la Europa común resiste y los que asumieron excesivos riesgos  vacunan a toda prisa para tratar de tapar las consecuencias. El antieuropeísmo está en baja y algunos líderes de esa línea política, como Marine Le Pen y Matteo Salvini, han dejado de pedir la salida de sus países de la Unión.

El momento es adecuado para reflexionar sobre medidas a tomar para que continúe avanzando el primer experimento de superar las limitaciones del estado nación, un tema central de mi ensayo. Los grandes países luchan por liderar el planeta, con China dispuesta a ocupar el primer puesto. Hace falta que los estados de menor tamaño cuenten con una referencia de cómo asociarse con sus vecinos, crecer juntos superando limitaciones de escala, limitar enfrentamientos entre ellos y evitar plegarse a la protección de una nación poderosa, que al final sólo defiende sus intereses. La Unión Europea no es sólo necesaria para sus habitantes, lo es también para tener un planeta más equilibrado, menos proclive a los enfrentamientos militares, donde se defiendan los derechos humanos, especialmente de los marginados.

Un experimento institucional de esa importancia avanza siempre por un camino complicado. Tiene que enfrentarse a las inercias de los propios estados que la forman y a las interferencias que los totalitarios de turno realizan para evitar que coja fuerza. Afortunadamente cuenta en estos momentos con un Presidente de los EEUU proclive a apoyar su desarrollo.

Hasta ahora, el plano económico representa el éxito de la UE, que nació en este ámbito y ya cuenta con un banco central que está cumpliendo bien sus funciones. Europa reaccionó rápido al impacto del coronavirus, con los fondos Next Generation, que serán muy útiles para afrontar los problemas de los más débiles. Representan lo mejor de la solidaridad entre todos, pero, al mismo tiempo, la lentitud en proporcionarlos denuncia la poca eficacia de los organismos centrales para abordar cosas nuevas.

El presupuesto de la UE representa el 2% del PIB anual de la zona, mientras que los de los estados miembros, que son los proveedores de servicios básicos, están por encima del 40% de media respecto al PIB de cada país. Poco a poco, la UE debe estar más presente y absorber recursos nacionales en temas como defensa y relaciones exteriores, muy queridos por los defensores de patrias pretéritas y de los cuerpos de funcionarios que las sirven.

Es la ruta a seguir, más Europa, sin debilitar la base económica en que descansa su fuerza. Aún podemos mejorar mucho en ese campo favoreciendo, por ejemplo, cadenas de suministro a nivel continental para productos esenciales, que han mostrado su debilidad en la pandemia y en un incidente concreto como el del súper portacontenedores Ever Green en el canal de Suez. Un tema estratégico en el que juegan las economías de escala y cada estado tendría problemas de resolver aisladamente.

Pero también necesitamos más Europa para defendernos mejor frente a futuras crisis sanitarias y hacer valer nuestro peso en temas militares y las relaciones con terceros, con el fin de colaborar a que no se creen situaciones de prepotencia y abuso en este momento de cambios profundos en viejos paradigmas de la forma en que los humanos nos organizamos.

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