Les disgusta lo que no encaja en sus mensajes simples, que alimentan la fe de creyentes en ideas rudimentarias. Como veíamos en la entrada anterior, los populistas desconfían de la ley en general y, sobre todo, de la de ámbito internacional, que intenta marcar límites de los que no pueden escapar, aunque, muchas veces, lo logran. Por las mismas razones discuten los avances científicos, como cuando niegan las virtudes de la vacunación. Una práctica médica, iniciada en 1796, cuando Edward Jenner, logró la de la viruela. Gracias a ella, la Organización Mundial de la Salud (OMS) designó a la viruela en 1979 como la primera enfermedad erradicada del planeta.

No todas las vacunas son igual de eficaces ni tan fáciles de poner en marcha. Pero sigue siendo un instrumento imprescindible contra epidemias. Durante la de covid 19, de cuya explosión cumplimos 5 años, los líderes más nacionalistas fueron reticentes en aplicar vacunas para evitar su repetición. Se creen fábulas, hasta hay terraplanistas. El 27 de febrero pasado, murió un niño por sarampión en Tejas, feudo de Trump. No estaba vacunado, es el primer fallecimiento por sarampión en los EEUU desde 2015, en medio de la mayor explosión de esa enfermedad en 30 años en dicho estado, donde casi el 20% de la población rechaza las vacunas. Como el secretario de salud del nuevo gobierno trumpista, Robert F Kennedy junior. Morirán más niños.

A la desconfianza hacia la ciencia médica se une la que esos falsos liberales profesan a los sistemas públicos de salud. Por eso no debemos olvidar lo que pasó hace cinco años. Algunos dirigentes que tomaron malas decisiones por razones ideológicas siguen al mando, gracias a los que votan pensando en ideas simples de patrias pretéritas. Donald Trump era Presidente de los EEUU el 26 de febrero del 20, cuando, en su prepotente tono habitual, declaró que el covid 19 desaparecería “como un milagro”. El país reaccionó con poca fuerza, entre polémicas sobre los tratamientos y recomendaciones milagrosas, como la cloroquina que defendió el propio Trump, en contra de la opinión de la FDA, la agencia que autoriza medicamentos. Las discordancias sobre medidas y la relajación de algunas antes de tiempo provocaron rebotes. En marzo del 2020 los EEUU se convirtieron en el país con más afectado por el coronavirus, superando a China, donde surgió y que tiene una población cuatro veces mayor. A finales de ese año, los EEUU, con 959 muertos por millón de habitantes, estaban en el puesto doce por mortalidad relativa al covid entre los 196 Estados del planeta.

El sistema de salud americano se apoya demasiado en la sanidad privada, la pública tiene pocos medios, que el gobierno actual quiere reducir más. Son clasistas, la gente de menores ingresos sufrió mucho más la pandemia, con una enorme sobre ponderación de los afroamericanos. Trump acaba de comunicar su decisión de retirar a su país de la Organización Mundial de la Salud, alegando que pagan demasiado y que no funciona bien, echándole encima la culpa de la mala gestión de la pasada pandemia. También va a desmantelar la principal agencia mundial de ayuda humanitaria, la USAID.

Como en todas partes, en España el sistema de salud público resultó muy estresado en 2020. Pero no todas las CCAA reaccionaron igual. Madrid, en manos de la línea más dura del PP, actuó de forma tibia y, cuando vio la que se le venía encima, tomó medidas que desprotegían a parte de la población, especialmente a los ancianos acogidos en residencias públicas a los que negó el acceso a hospitales. Murieron 35.000 personas en los dos primeros meses de la pandemia y, a final de año, la Comunidad de Madrid lideraba el ranking de las regiones europeas con mayor aumento de mortalidad ese año (+44%) sobre la media de los cuatro anteriores.

La salud es el bien más preciado para los seres humanos y su mejora el factor que más ayuda a los menos afortunados a salir de su situación. No nos dejemos engañar, ya sabemos los muertos que cuestan los más nacionalistas, que no valoran el sufrimiento de afroamericanos o viejos aparcados en residencias públicas y, en general, de los cientos de millones de pobres del mundo, a los que se les quiere privar de sistemas internacionales de apoyo, que son imprescindibles para ellos. Los que votan a los patriotas tienen sangre en las manos. A la que derrama su mala gestión de la sanidad, se une la de las guerras invasoras que apoyan.  Lo curioso es que la mayoría son muy religiosos y dicen defender el derecho a la vida, lo que les sirve para combatir el aborto mientras promueven la venta libre de armas. Tengan cuidado con lo que votan.

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