Estos días ha habido bastantes actos en recuerdo de la Segunda República, al cumplirse los 90 años desde su proclamación, que remataba con una larga dictadura y arrastraba con ella al monarca Borbón que la apoyó. La idea de república está aún vigente y pone nerviosa a esa parte tradicional de la sociedad que fue soporte popular de los regímenes militares del siglo XX y que, conforme pasa el tiempo, pierde peso.

Querámoslo o no, la monarquía es una institución de otros tiempos. Somos el único país europeo que la ha recuperado, en los últimos 150 años, después de haberla suprimido. Lo hemos hecho dos veces, las dos mediante un golpe militar. A estas alturas, siendo además miembros de la Unión Europea, disponemos de sistemas institucionales normales para conseguir que generales con ganas de protagonismo obedezcan al poder civil, sin necesidad de que sea un rey quien encabece la cadena de mando.

Un presidente aportaría más a la concordia de un país dado a fuertes enfrentamientos que un rey casi substituible por un robot, prisionero en el estrecho margen de lo políticamente correcto y con miedo a perder su puesto de trabajo por las secuelas de las andanzas de su padre y antecesor. Estados próximos, como Italia y Portugal que abandonaron sus monarquías el pasado siglo, encuentran soluciones a sus problemas, que aquí parecen imposibles, gracias a la mediación de sus presidentes. Personas con prestigio y experiencia política, profesionales cuyo papel no está fijado por vía hereditaria.

Para que la idea de una hipotética tercera república sea más viable habría que empezar por no debatir sobre los colores de su bandera. Debería valer la rojigualda sin escudos que la condicionen porque tiene mucha más tradición y arraigo que la improvisada en 1931. Por mucho valor simbólico que tengan, las banderas se limitan a representar la soberanía, que radica en el voto de los ciudadanos y no en sus colores. Si algún día nos planteamos de verdad una tercera república (los franceses van por la quinta) habrá que ser pragmáticos. La experiencia anterior no debería condicionarnos demasiado porque España ha cambiado mucho

Propuesta de nueva bandera republicana:

Únete a la conversación

1 comentario

  1. ¿ Que no nos condicione ? . Pues claro que si nos tiene que condicionar, comenzando por no “glorificar” unos antecedentes que dejan mucho que desear, como así lo acredita el testimonio de no pocos de sus principales mandatarios y simpatizantes, que no pudieron ignorar la realidad a la que llevó a España.
    Otra cosa es el legítimo derecho de quienes, obviando tales antecedentes, ven con simpatía (es una forma de decirlo) que España pase de ser una Monarquia Constitucional, como son otros relevantes países de acreditada tradición democrática y desarrollo económico y social, a una Republica. Nuestra Constitución prevé el camino a seguir para conseguirlo y a el debemos ceñirnos, evitando incurrir en conductas que busquen socavarla con acciones espurias.

Dejar un comentario

Responder a Jose Luis Fraguas Lavandeira Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *