A todos nos agobia la terrible situación sanitaria que atravesamos en España y el fuerte impacto negativo que tendrá sobre la economía. He hablado varias veces de lo errores que nos han llevado a encabezar la clasificación mundial de muertos por millón de habitantes, como se aprecia en el cuadro estadístico reproducido de 5 Días. A pesar del impagable esfuerzo de los profesionales de uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo. Los datos siempre tienen aspectos discutibles, sobre todo porque no son totalmente homogéneos pero constatan lo que se veía venir y adelanté aquí hace tres semanas. Por eso ya lo tengo asumido.

Me preocupa mucho Bangladesh, que sólo tiene 29 camas de UCI con respiradores para 161 millones de habitantes, según he leído en un medio internacional. En los tres últimos meses han regresado allí, sin ningún control, más de medio millón de personas que trabajaban en otros países. Entre ellos, varias decenas de miles que estaban en Italia. Me asusta pensar en cuantos seres humanos van a enfermar y morir en ese país sin que se sepa de qué, mientras contagian a la familia y a los vecinos. El libro en que se basa este blog me obliga a pensar por encima de los viejos límites territoriales. Me afecta lo que puede pasar en Bangladesh, ese trozo de Humanidad, separado primero de la India y después de Pakistán, donde sufre tanta gente sin medios para atenderla, donde el calentamiento global va inundando la mayor parte de sus mejores tierras agrícolas en el delta del Ganges, ya asoladas por huracanes y monzones.

Esta gran tragedia no nos debe hacer olvidar a los demás, estamos todos en el mismo bote. Hay que ser solidarios con los desfavorecidos, aunque parezca que están muy lejos. La peor secuela que podría dejarnos el coronavirus sería agravar la tara social de mirarnos al ombligo, cerrar fronteras y subir aranceles para promover industrias propias que ahora sirven para hacer avanzar países que lo necesitan tanto como Bangladesh, bajo la atenuante de que hay que garantizar el suministro de productos que ahora escasean. No se cansan de repetirnos que los virus no conocen fronteras, tampoco los sistemas para combatirlos. Por eso, el virus más dañino en el S XXI es la insolidaridad.

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5 comentarios

  1. Cuando de solidaridad se trata, cuando se vuelve lavista a los más desfavorecidos, no se quiere ni se debe discrepar con quien les invoca. Pero, de haber salvedades, estas deberían referirse no al objetivo deseable, sino a los medios.
    Prescindiendo de extendidas teorias conspiranoicas, sobre las que no es el caso ni deseo entrar, los paises/areas donde la pandemia se ha extendido más y con mayor virulencia no son, al menos por lo de ahora, los más pobres, los menos desarrollados, si no avanzados y opulentos.
    Se me ocurren al hilo de tal evidencia unas reflexiones:
    Cuando al iniciar un vuelo se imparten las obligatorias recomendaciones de seguridad, se nos insiste en que para caso de emergencia se abstenga el pasaje y tripulacion en asegurar la suya antes de socorrer al vecino. Y no por fomentar la insolidaridad, sino porque dificilmente se puede auxiliar a otro si uno está en situación de extrema necesidad. Un problema unido a otro problema no resta. Suma o, más bien, multiplica.
    En esta época del año, cuando en Viernes Santo se evoca la crucifisión, se nos recuerda que los fariseos especulaban con el porque no se salvaba a si mismo quien ofrecia y practicaba la sanación de los demás. Y es que, no teniendo poderes divinos, no es fácil entender que otra cosa pueda suceder.
    Llegado hasta aqui deduzco y considero que para que la solidaridad demandada y deseada sea posible y efectiva y no una bonita aspiración, hay que actuar por los poderes publicos supuestamente responsables con la previsión, atención, determinación y compromiso que no en todos los casos se han dado y dan, sin mirar para otro lado a ver si pasan las turbulencias, ni ceder, visto que no, ante circunstanciales presiones espurias y sin querer ver la viga en ojo propio mientras se magnifica la paja en el ajeno.
    Las calamidades no siempre llaman a la puerta, pero especialmente cuando lo hacen, como es el caso, hay que salirle al paso y no allanarle el camino, so pena de convertir una crisis en una catastrofe en toda regla mientras se nos llena la boca de ser paladines de una solidaridad tan deseable como imposible.

    1. Vo que vuelves a nuestro problema. Estamos en una situación muy grave que exige ingentes recursos. Intento que no nos olvidemos de los que menos tienen, incluidas las ONGs que allí trabajan, y que no les perjudiquemos con reacciones de cierre de mercado que pueden dejarles más empobrecidos.

      1. Tal vez no me haya explicado bien, pues en absoluto entro en contradicción con lo que dices, pero permíteme que insista en diferenciar los objetivos de los medios. Para hacer posibles aquellos hay que comenzar por afrontar los problemas endogenos. Mal podremos resolver los problemas más distantes si no somos capaces de subvenir los domésticos. Creo que hay que pensar en global y actuar en local, pues las partes conforman el todo y mal podemos resolver lo mediato si somos negligentes en lo más próximo. Nos quedaríamos en buenas intenciones de las que el camino al fracaso está empedrado.

        1. Sobre los medios, tenemos una oportunidad real de que los pongan los «malos» iniciando un proceso de supresión del papel moneda. Tengo varias entradas sobre por qué y cómo hacerlo

          1. Aunque conozco, conceptualmente, tu ya “vieja” opinión sobre las ventajas de todo tipo que comportaría la supresión del papel moneda, opinión razonable y razonada que no solo no cuestiono sino que con el paso del tiempo se ha venido asumiendo empíricamente en buena medida (considerando el gran cambio de cultura, etc., que ello comporta) lo cierto es que últimamente no he seguido las nuevas aportaciones a que haces referencia. Me pondré a ello próximamente, seguro de encontrarlas del acostumbrado interés, pero también de que siendo la práctica que propones muy importante y deseable, no será suficiente si no se actúa simultáneamente con los criterios que he defendido en los comentarios precedentes.

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