Lo pensé cuando el accidente del Alvia en Santiago en 2013. Fueron 80 muertos y 144 heridos por un descarrilamiento a causa de un exceso de velocidad. Me sentí muy triste y, al mismo tiempo, indignado por la tragedia. No podía entender por qué un tren, que cuesta más de 7 millones de euros la unidad, no lleva un sencillo sistema automático que frene el convoy cuando es preciso. La vida de tanta gente no puede depender del despiste de una persona a quien le suena el móvil y se vuelve para cogerlo

El pasado día 2, otro Alvia, que iba de Ferrol a Madrid, tuvo un choque con un todoterreno caído sobre la vía. Murió un maquinista en prácticas, un joven de 32 años, además del conductor del coche que podía estar ya muerto por la caída. Volví a pensar en por qué no hay sensores en los puntos conflictivos, o en toda la línea, que detecten obstáculos, además de los que se pueden incorporar al propio tren.

Tengo un automóvil que, si lo activo para ello, regula la velocidad y la reduce para mantener la distancia cuando detecta delante un  vehículo que va más lento. Los automóviles utilizan dos dimensiones del espacio euclídeo, pero ya se ve que pronto van a estar robotizados (entrada del 28 de Mayo).

El avión es más complicado de conducir por un ordenador porque se mueve en tres dimensiones, pero prácticamente ya vuelan solos. Lo peligroso es que se quede un piloto aislado en la cabina, porque puede hacer una barbaridad que una máquina no haría. Como ocurrió en 2015, cuando el copiloto del vuelo 9525 de Germanwings, entre Barcelona y Düsseldorf, lo lanzó contra una montaña y se suicidó, matando con él a otras 149 personas.

Los trenes sólo utilizan una dimensión del espacio y, por tanto, son máquinas más fáciles de robotizar que el coche o el avión. Ya hay unidades de Metro que van sin conductor. El que se esté tardando tanto en extender esa práctica debe tener que ver con la influencia sindical de los ferroviarios.

La clave me la dio, hace unos 40 años, un alto cargo del Ministerio de Transportes en los primeros gobiernos del PSOE. Lo conocía de cuando era estudiante en Santiago. Aquel hombre joven, inteligente y de izquierdas me contó, durante un viaje que compartimos, que lo que más le había sorprendido de su trabajo ocurría en la negociación para renovar el convenio laboral de Renfe (una empresa que le costaba al Estado cientos de miles de millones de pesetas al año). Al parecer, lo que más parecía preocupar a los representantes de los trabajadores era el número de hijos que iban a poder colocar en la empresa.

Debemos seguir de forma parecida, el pobre hombre fallecido cerca de Zamora era hijo de maquinista. Los privilegios de castas sindicales, que no se dan sólo en los ferroviarios, pueden impedir que la evolución tecnológica sirva para añadir seguridad, además de reducir los costes de un medio de transporte importante.

Parece que si el empresario es el Estado lo de ahorrar gastos es secundario, quizá sea esa mentalidad católica de base a la que ya he hecho referencia en otras ocasiones. Pasa también en Francia donde los conductores de TGV (el AVE francés) se pueden sacar una media de 4.500 euros mensuales, llevan muchos años peleando y de vez en cuando, si no se cumplen sus deseos laborales, paran el principal transporte del país. Es un trabajo que exige mucha responsabilidad pero que se podría ir pensando en sustituir por un sistema informático.

Dentro del esquema de análisis de mi libro, estamos ante una variante más de los excesos de poder que se usan para beneficio propio. El problema en este caso es que, además de encarecer un servicio esencial, lo hacen más peligroso.

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1 comentario

  1. Tal vez otro socialista, estudiante en Santiago y con gran experiencia en el “ministerio de trenes” bajo la batuta de ZP, devenido ahora, tras su enriquecedor paso por Europa, en consejero “independiente” de Enagás, pueda aportar sus conocimientos para aclarar las dudas e inquietudes que en esta ocasión plantea el Sr. Sáez, en tiempos de robotización. Nada como recurrir a expertos, ahora que tanto se les cita.

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