Lo que se desconoce preocupa, por eso la evolución de este nuevo virus genera inquietud. Las autoridades intentan que la población no se alarme en exceso por la epidemia que, en sus fases iniciales, presenta aspectos nuevos, como otras que ha habido antes. Afortunadamente, el coronavirus es fácil de diagnosticar y tiene una mortalidad relativamente baja.

Desde mi visión periférica, lo más borroso del COVID-19 es cómo se propaga. Con dos cuestiones que creo que aún están sin resolver y parecen relevantes:

  • Inicio y trasmisión. Según parece, aún no se sabe con exactitud el origen del primer brote y aparecen contagios desconectados de contactos previos con posibles portadores. Debe ser la causa de que se prescriban aislamientos de zonas y se eviten encuentros multitudinarios.
  • Recaídas. Se han detectado casos de pacientes que se curaron y volvieron a infectarse. La preocupación que produce esta circunstancia deriva de posibles dificultades para inmunizarse contra el virus. Lo que, supongo, complicará el desarrollo de una vacuna.

Para moverse entre nieblas es conveniente disponer de un buen sistema de posicionamiento y en eso hemos mejorado mucho. Confío en que las autoridades sanitarias habrán sometido a todo tipo de interrogatorios a los afectados, a los trasmisores y a los que han recaído, además de hacerles pruebas médicas. Lo que hoy llamamos big data es imprescindible en casos borrosos. Hay que saber todo lo que hicieron las personas involucradas y correlacionarlo con los datos clínicos, inmunológicos, genéticos, medioambientales, de comportamiento…

Además, espero que, a estas alturas de la historia, se hayan estandarizado las bases de datos de los Estados afectados, coordinados por la Organización Mundial de la Salud, para poder usarlas conjuntamente. Los virus no tienen fronteras, mi libro, pg. 193 hace una reflexión sobre ello. Manejar millones de datos normalizados para decenas de miles de afectados es imprescindible para conseguir pistas y navegar con precisión.

Aún me acuerdo de aquella intoxicación masiva que muchos habitantes del centro de España sufrieron en la primavera de 1981 por ingerir aceite de colza adulterado. Fue un desastre de actuación pública, tardaron más de 40 días en descubrir la causa y la gente seguía envenenándose (hubo más de 20.000 intoxicados y unos 1.100 fallecimientos). Todo porque nadie preguntó con rigor lo qué habían comido los «infectados».

Fue patético, me pasé un mes angustiado porque veía que no realizaban una estadística para correlacionar datos de los afectados, mientras escuchaba en la tele a un desnortado ministro de sanidad diciendo algo así como que el causante era “un bichito tan pequeño que si se cae de esta mesa se mata”. La sentencia del juicio que condenó a los responsables de lo ocurrido declaró al Estado responsable subsidiario para pagar las indemnizaciones acordadas para los afectados y sus familias.

El mundo oficial y profesional del ámbito médico-biológico tiene a veces demasiada tendencia a analizar tejidos buscando “bichitos”. El COVID-19 es un virus, no es una intoxicación, y está en manos de grandes equipos profesionales de todo el mundo. Aun así, no descuiden el big data, es un campo en el que siempre hay algo más que hacer. Se necesitan informaciones comparables, buena matemática e imaginación. Seguro que les está dando pistas y aún puede dar más para despejar las partes borrosas que subsisten. 

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4 comentarios

  1. Efectivamente, cuando la desconocida etiologia, alcance y efectos de una amenaza pone en riesgo la salud y aún la vida, es lógico y natural que cunda la alarma hasta lo irracional. Suele decirse que el dinero es miedoso, y es cierto, pero lo es aún más (Primum Vivere) que la sensibilidad respecto a lo antedicho prevalece sobre cualquier otra.
    No le falta razón a Enrique Sáez cuando, desde la preocupación por la propagación del virus, se detiene en el análisis de antecedentes y propone medidas a tomar para gestionar la extensión de tan preocupante crisis sanitaria, pero echo yo de menos su autorizada opinión de economista sobre los efectos económicos y sociales que se están derivando ya, significativamente, de este trance y los previsibles si la situación se prolonga en el tiempo. Y es que, aunque la mortalidad de la ya pandemia no sea, o fuese, elevada en términos relativos, lo cierto es que el «miedo» puede producir y produce efectos mucho más letales que la enfermedad en si misma, por razones que entiendo no precisan de mayor reflexión.
    Cuando el problema, finalmente, se conjure, es previsible un «efecto rebote» que traiga consigo importantes niveles de crecimiento y con él no pocas oportunidades, pero sería deseable y hay que esforzarse en lograr que el precio que por esto haya que pagar no sea excesivo y para ello, no solo para salvaguardar la salud y la vida, el tiempo es fundamental. Vital.

    1. Pues es muy difícil valorar el impacto económico, precisamente porque aún desconocemos el sanitario. La OCDE acaba de reducir su previsión de crecimiento mundial en un 0,5 %. Si esto es malo en países desarrollados, puede convertirse en trágico en los más pobres, que además tienen sistemas sanitarios muy frágiles. Una consecuencia es que aumenten las llegadas de inmigrantes

      1. La expresión «curarse en salud» suele interpretarse como una virtud, una especie de actitud previsora en evitación de males mayores. No diré yo que no pero tampoco denostaré aquello de «es peor el remedio que la enfermedad»…
        Cuando se anuncia una situación climatologicamente adversa, los responsables políticos suelen acogerse a la primera de las máximas citadas, pues la opinión pública y publicada penaliza menos los excesos de prudencia que una razonable atenuación de las mismas. Según el caso, se disculpa lo primero, pero no se perdona lo segundo.
        Es por ello que lo más conveniente, o menos malo, para evitar desproporcionadas prevenciones, sería «dejar a Dios» lo que es de Dios (los expertos sanitarios) y al «César» lo que es del César (los políticos y afines) lo que a ellos corresponda en respaldo y apoyo de las necesidades y demandas de aquellos, incluso, claro está, las lineas por las que acertadamente aboga Enrique Sáez.
        No está por demás, como reafirmación de lo que antecede y ya expuse en comentario anterior, recordar la fábula «El Rey y La Peste», a cuyo contenido me permito remitir al posible lector.
        Los problemas económicos y sociales colaterales, probablemente no menos graves, a los que también me tengo referido (incluso en el caso de los países más desfavorecidos) estarán idisociablemente interrelacionados con la correcta gestión de todo lo dicho.

  2. La parte borrosa del Covid-19, es posible tarde en clarificarse, lo mismo que las consecuencias económicas de su propagación… Lo cierto es que comienzan a sentirse y están ya aquí…

    Y no quedará ahi, porque tambien surgiran efectos colaterales tan importantes o más, entre otros:
    -Se pondra en evidencia la sanidad de los paises y la capacidad de gestión de sus gobiernos.
    -Se someterá a un test de estrés a la humanidad, de resultados imprevistos, dada la evolución negativa de básicos valores de solidaridad y elevado egocentrismo…
    -Se abre toda una era de incertidumbre que ocupa un nuevo escenario, el de la globalización.

    Siendo negativos, es para echarse a temblar!

    Siendo positivos, la perspectiva de los años y la historia tendrá en el presente inmediato un filón sobre el que investigar y analizar. Siendo fieles a las teorías “path dependece” habrá, sin duda, consecuencias. El poder predecirlas y actúar en consecuencia, sería nuestra mejor baza para mejorar el futuro.

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