El capítulo tres (El poder de la palabra) de mi libro se detiene en analizar problemas que crean los intentos de monopolizar el discurso público y eliminar discrepantes. Se analizan los variados procesos de control de la información desde los clásicos, en torno a ideas religiosas o políticas, a los que ahora ejercen algunas de las grandes compañías que han crecido en torno a internet. 

Allí se menciona lo ocurrido con el atentado terrorista a la revista satírica francesa Charlie Hebdó el 7 de enero de 2015. Viene a cuento esta entrada porque ayer comenzó en París el juicio sobre ese crimen. La intolerancia religiosa es una lacra más extendida de lo que parece, partes importantes de la sociedad francesa la ejercieron profusamente en otros tiempos, como lo cuenta Moliere en su «Traité sur la Tolerance«. Hoy abundan las variantes modernas de manipulación en las redes, incentivadas por poderes de todo tipo. En el blog ya les hemos dedicado espacio.

Nunca estaremos protegidos totalmente de los ataques contra la libertad de expresión, no podemos cansarnos de defenderla. Todavía hay países europeos que tienen leyes contra la blasfemia. En un espacio tan sensible para la defensa de la democracia es mejor pecar de defecto que de exceso, pero a muchos políticos les encanta legislar para que no se digan cosas que no les gustan.

Hoy me solidarizo con los colaboradores de Charlie Hedó que murieron en aquel brutal ataque de unos locos a los que no les gustó que publicaran dibujos sobre Mahoma. Los que hemos vivido en una dictadura, con censura previa y cárcel para los disidentes, nos sentimos muy cerca de ellos.

Los asesinos evitaron matar mujeres, pero les conminaron a llevar velo. La religión es un mecanismo histórico diseñado por los hombres para controlar mujeres, un tema que también está en el libro. Termino con el penúltimo párrafo del capítulo mencionado al principio:

< Unas frases del comediante británico Pat Condell constituyen una buena defensa, aunque algo histriónica, de este fundamental derecho: “La libertad de expresión es absolutamente sagrada. Mucho más sagrada que cualquier dios o profeta o escritura lo pudo ser o lo será desde ahora hasta el fin de los tiempos, o de la eternidad; lo que más dure”. Nunca se va a hacer bastante por defenderla, porque, en el fondo, el ejercicio de la crítica libre es lo que más irrita al poder, que sabe que, mientras aquella exista, la gente no va a comulgar con ruedas de molino. >

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