El primer ministro portugués, Antonio Costa, vino ayer a Valença do Minho en el primer tren eléctrico que llega allí desde Lisboa, que aún queda a 5 horas 12 minutos de recorrido ferroviario. Además, insistió en que la frontera con Tui seguirá cerrada, al menos hasta principios de mayo, por las medidas sanitarias para impedir la difusión del coronavirus.

En la estación se encontró con las protestas de vecinos y empresarios de la zona que pierden mucho tiempo y dinero con una separación innecesaria. El argumento del Gobierno portugués es típico de las viejas soberanías nacionales que tanto gustan en las capitales: abrir la frontera con Galicia es abrirla con España. Un mundo simple, un pensamiento de otros tiempos. Galicia está con un nivel de positividad por covid 19 claramente por debajo del mínimo que requiere la OMS para considerar la pandemia controlada y además está aislada del resto de España.

La barrera sobre el Baixo Miño que separa a ciudadanos europeos que hablan el mismo idioma y van de un lado para otro sin pensar en que cambian de país, es una reliquia en fase de derribo desde que entramos en la UE y un asunto favorito de este blog. El viejo nacionalismo portugués desconfía de diluirla demasiado, porque les recuerda que ellos, antes que lusos, son galaicos, que su país fue una escisión del reino de Galicia, de la vieja Gallaecia romana, producida cuando la antigua Lusitania estaba en manos de moros. En Lisboa gustan decir que su frontera norte es la más vieja de Europa, quizá sea verdad porque empezó a construirse en 1139. También debe ser la más artificial.

Escuche a sus conciudadanos, Sr. Costa, ellos entienden mejor los tiempos que corren. Pero al menos, desde Galicia, nos congratulamos por la decisión de su gobierno de aplicar la lógica simple y no la política para dar prioridad a la futura conexión por alta velocidad con Galicia sobre la de Madrid, que era la opción de “nuestro” gobierno.

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2 comentarios

  1. Hace más de 60 años que frecuento e, incluso, en algún tiempo ya lejano, he pasado pequeñas temporadas en el norte de Portugal, país por el que siento gran simpatía. A lo largo de ese tiempo he tenido la oportunidad de observar, con satisfacción, como se han ido diluyendo barreras y prácticas de distinta naturaleza, que fuera de toda lógica, hacían vivir de espaldas a pueblos con tantas y tan importantes afinidades, cuyo cultivo vienen produciendo ya y producirán sin duda en el futuro, muy valiosos efectos complementarios y sinergicos. Es por ello que, aún estando muy de acuerdo con lo que defiende Enrique Sáez en todo lo demás, no lo estoy tanto en cuanto se refiere a la puntual no conveniencia/necesidad de tomar medidas que, por razones tan graves desde el punto de vista sanitario como las que han afectado a nuestros vecinos, se han llevado a cabo. Otra cosa es que en puntos de tránsito se flexibilice la circulación de los trabajadores transfronterizos y servicios esenciales. No se trata en este caso de fronteras entre países sino de “aislamiento” entre ciudades, áreas sanitarias o Comunidades, como se hace “de puertas adentro” dentro de cada uno de los estados, no solo los ibéricos, sino muchos otros, cuando las circunstancias sanitarias así lo requieren.

    1. En eso me fijo, es sólo un pequeño ejemplo de los problemas que crean las fronteras, cada vez menos eficaces, especialmente dentro de la Unión Europea. Mi entrada de hoy analiza otro caso de un asunto que me apasiona.

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