Es muy raro que esté de acuerdo con Pablo Iglesias, pero sus recientes declaraciones tienen sentido: el trono se adquiere por derecho hereditario y si Felipe VI quiere renunciar de verdad a la herencia de su padre tendría que abdicar. No vale renunciar por trozos según convenga, porque no sólo hereda un patrimonio, también un puesto de trabajo bien retribuido, vitalicio y transmisible a sus descendientes.

Pablo es persona experta en el aparato público como hábitat profesional y, con esas declaraciones, quizá reivindique un papel que se ha currado y quiera marcar distancias con los que lo han recibido por las buenas. Pero hay otro aspecto que también le vincula a la realeza, su presencia en política, como en el caso del Rey y la Reina, se extiende a su pareja, la ministra de Igualdad, Irene Montero. Aunque ellos han sido elegidos democráticamente para sus puestos, lo que es muy importante.

El vicepresidente primero procede de una familia que trabajó en los aparatos burocráticos públicos, su padre funcionario y su madre abogada de un sindicato. Estudió (Ciencias) Políticas y luego se doctoró y fue profesor interino. Como tantos otros, tenía vocación de ejercer su ciencia, desarrolló actividades en varios frentes, especialmente en el de la comunicación, hasta que fundó Podemos, partido del que es secretario general y donde se las ha ido arreglando para desactivar la oposición interna.

Supongo que su objetivo es estar siempre en política, al menos los 28 años que le quedan de hipoteca del chalet con piscina, su pequeño palacio familiar, que adquirió con su pareja en una urbanización de Galapagar. Se ha preparado mucho para ello, se ha esforzado, ha tenido que pelear y actuar con dureza y probablemente no le gusta que haya vías de ascenso que no vengan desde abajo. La monarquía debe parecerle injusta.

En el ámbito de las reflexiones recogidas en mi libro, el poder que acumulan los aparatos político-burocráticos (capítulo 1) se considera el principal factor de bloqueo de reformas que las sociedades actuales deberían abordar para adaptarse a las muy diferentes condiciones del mundo en que habitamos. La concentración de competencias en castas políticas profesionales pone en riesgo la supervivencia de las libertades en muchos lugares. Dentro de sistemas autocráticos, esas preocupaciones no existen y los aparatos mandan, por la fuerza si es preciso. No hay más que mirar a Venezuela, cuyo régimen, al parecer, es visto con buenos ojos por el partido del sr. Iglesias.

Una propuesta que hago en el mencionado capítulo, para que no se consoliden castas dirigentes y la defensa de intereses personales no agarrote la gestión pública, es la de establecer un límite temporal a la permanencia de una persona en cargos políticos de cualquier tipo. El asunto se analiza allí con cierta extensión, pero tiene bastante de utópico, porque es obvio que la idea no gusta a los habitantes del aparato, a los apparátchik, como les llamaban los rusos en tiempos de la Unión Soviética. Mandan mucho y tienden a apoyarse entre ellos en la defensa de privilegios de casta, aunque sean de distintos bandos.

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1 comentario

  1. Veo que el comentario que traté de aportar aquí, lo publique, indebidamente, en la entrada inmediatamente anterior.
    Tras disculparme por ello me remito a lo allí dicho.

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