Producir papel moneda convierte a los Estados en cómplices necesarios de los que defraudan, esclavizan y trafican con seres humanos, roban, atracan o estafan y en protectores imprescindibles de los corruptos y las mafias.  Los servidores públicos no deberían tener problemas para dejar de hacerlo. Si yo estuviera en su caso, estaría deseándolo.

Los bancos centrales, herederos del señoriage, el antiguo derecho de los monarcas a acuñar moneda, actúan con gran dignidad en todo lo relativo a ello. Es más, se comportan como los monopolistas que eran originalmente y privilegian el medio de pago que señorean. Como tienen gran influencia sobre el sector bancario, usan su poder, directa o indirectamente, y viejos usos arraigados para limitar el cobro de los servicios de caja.

El negocio de los bancos centrales, como el de todos los monopolistas con clientes adictos, va viento en popa. Probablemente ustedes piensan que los modernos sistemas de pago, que todos usamos cada vez más, están desplazando al efectivo. Es lo que constatan los comercios, por no hablar de los que operan sólo on-line que no admiten el pago en especie. Se equivocan, entre diciembre del 2017 y diciembre del 2019 ningún nuevo país se incorporó al euro y, sin embargo, el valor de los billetes en circulación de esta moneda pasó de 1,17 billones (de los nuestros) a 1,29, aumentó algo más del 10%. Bravo por nuestro BCE, cada día tiene más cuota de mercado en el mundo criminal que le rinde pleitesía. 

El efectivo es el medio de pago más caro que existe: es difícil producirlo, se falsifica, hay que contarlo, guardarlo en cajas de seguridad y transportarlo en vehículos blindados, gastar ingentes cantidades en seguros, asumir desgracias personales y pérdidas por atracos y mantener una red de cajeros automáticos y más sucursales bancarias de las necesarias. Si el precio de los servicios de caja lo soportara directamente el usuario en cada transacción, los billetes sólo se emplearían para actividades delictivas.

Las entidades financieras desarrollan sus propios sistemas de pago. Desde hace años, su base operativa ya no es el papel (tecnología del S XV) , es la informática y las comunicaciones, lo que les ha permitido adaptarse a la evolución de los tiempos y a nuevas plataformas que desarrollan diferentes categorías de comercio. El dinero es una mercancía inmaterial con sólo dos componentes: información contable y confianza (esta siempre delicada), lo que facilita moverlo casi sin coste.

Esta dicotomía entre lo público y lo privado provoca situaciones irracionales: un banco cobra una comisión por una transferencia, que a él no le cuesta prácticamente nada, pero realiza gratis ingresos de moneda y billetes diversos que le suponen gastos muy elevados. Los bancos son organizaciones empresariales y no entidades benéficas, así que los enormes costes que les produce el juguete exclusivo del Gran Supervisor los acaban soportando sus clientes, que pagan de más por los otros servicios que usan.

La emergencia que la crisis del coronavirus ha provocado en Europa es una ocasión única para que los dirigentes del Banco Central Europeo duerman mejor, sin sentirse agentes protectores de todas las tramas criminales. Porque no deben olvidar que los actos legales pueden ser inmorales. En los próximos días, les invitaré a debatir, si así lo desean, sobre el plan para llevar a cabo algo que el S XXI está pidiendo a gritos: deshacerse de herencias medievales que nos contaminan mucho. La ética pública y la economía se lo agradecerán.

Para terminar con la emisión de papel moneda hay que establecer políticas, plazos y medidas concretas, pero no perdamos nunca de vista el lado de la ética, del que tan poco se habla en este asunto. No se trata sólo de buscar una mejora de la economía y la sociedad, tenemos, antes que nada, una oportunidad para cumplir con un deber inaplazable: impedir que nuestros Estados fomenten y protejan la delincuencia. Hay que hacerlo bien, pero no deberíamos vacilar en las actuaciones que sean necesarias.

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6 comentarios

    1. Visión libertaria, antes de existir el Estado ya estaban establecidas reglas de lo que se consideraba fuera de la tolerancia social. Pero bueno, si seguimos el camino que propongo va a tener menos trabajo.

  1. Completamente de acuerdo pero soy muy pesimista, es lo mismo que con los paraísos fiscales

    1. Efectivamente, no se puede ser optimista. Pero algunos países, Suecia y Dinamarca, ya han iniciado el camino y los déficits públicos les van a apretar mucho ahora. Sólo depende de ellos, es sólo un problema de mediocridad, falta de imaginación y, quizá, exceso de financiación en B de la política

  2. Recientemente incorporé algunos comentarios a una de las «entradas» de Enrique Sáez en su blog (concretamente en la que expresaba preocupación por el impacto del coronavirus en paises como Bangladesh) donde, por cierto, un conocido trabaja en aquella Embajada de España. Lo traigo aquí a colación, porque entre comentarios y respuestas el Sr. Sáez hacía referencia a que los ingresos derivados del «blanqueo» de operaciones como consecuencia de la supresión del papel moneda podría generar, entre otras muchas cosas, ingentes ingresos con los que se podrían subvenir necesidades en países subdesarrollados y/o en vías de desarrollo, necesidades ahora mismo perentorias para combatir los devastadores efectos derivados de la pandemia del Covid.19. Centraba yo más mis opiniones en la gestión doméstica (España en concreto y conjunto de la UE) y de otros países del «primer mundo» respecto a esta grave crisis y de las evidentes carencias, eneficiencias e ineficacias que se han puesto de manifiesto tanto desde el punto de vista sanitario (principalmente) y como consecuencia de ello en graves desequilibrios en materia social y económica de los mismos. Él enfatizaba en las necesidades del, digamos, tercer mundo. Yo, lejos de ignorarlo, abogaba por la prioridad de «salvar al salvador» para que el hundimiento no sea global y sin recurso.
    Con este introito, más largo de lo que me proponía, no quiero apartarme de su propuesta de eliminar el papel moneda, ventajas éticas económicas, etc. etc. No improvisa Enrique Sáez. Ha madurado largamente una idea que ahora expone con detalle, razonada y razonablemente. Algunos países vienen avanzando en la dirección que señala y otros lo harán más pronto que tarde, de mayor o menos grado, pues la dinámica en la que estamos (en la que está el mundo en que vivimos) lleva irremediablemente en esa dirección.
    No hay duda de que ello generará recursos, ahorrará costos y limitará/dificultará prácticas indeseables. De cualquier modo y con independencia de como en su día se gestione la aplicación de dichos benéficos resultados, lo que ya se verá, no pasa por ahí de momento la solución de los problemas a los que aquí y ahora tenemos que afrontar.
    Lo que si nunca se podrá negar es la imaginación, convicción y perseverancia de Enrique Sáez, desde hace décadas, en alertar sobre las perversas consecuencias del prescindible uso y abuso del «vil metal» cuando las nuevas tecnologías posibilitan su reducción a mínimos que lleven paulatinamente a una futura eliminación.

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