Recientemente me he referido a los problemas que crean las excesivas concentraciones de poder en China y los Estados Unidos. De la Rusia de Putin he dejado de hablar porque es poco relevante mientras el petróleo siga en precios bajos. El libro dedica su capítulo más largo a asuntos (Más allá del estado nación), que deberían estar en el centro del debate político. El caso de hoy nos toca más de cerca.

La construcción de una Europa Unida es un experimento histórico de integración supranacional y, como es natural, provoca tensión dentro de los Estados miembros desde que se inició, hace ahora 70 años. Los países que proceden de la antigua URSS y se incorporaron mucho después, especialmente Polonia y Hungría, están aún muy aferrados a identidades nacionales que les costó construir y defender.

La vuelta a los nacionalismos de Estado, que ya se apuntaba antes de la pandemia, se verá reforzada en la salida de ella. La emergencia sanitaria vivida, ante la falta de una estructura ejecutiva de nivel superior en ese campo, ha requerido el empleo de las instituciones nacionales, que han transmitido inmediatamente su visión del mundo, combinando cierre de fronteras exteriores con café para todos en el interior.

Los aparatos político-burocráticos del viejo Estado nación aprovechan la oportunidad para intentar reforzar su influencia. Es lo que pasa con el olvidado Ministerio de Sanidad de España, que sigue con las provincias y al que me he referido con frecuencia, o con la sentencia del Tribunal Constitucional alemán conocida esta semana, en la que quiere imponer condiciones a las compras de deuda del Banco Central Europeo.

La sentencia del Alto Tribunal de Karlsruhe es un ejemplo de que un aparato muy conservador, como casi siempre lo es el judicial, quiere reafirmar sus competencias frente a las “desviaciones” europeas respecto a la ley nacional, pero también respecto a la cultura que la inspira y en cuyo marco la interpreta. En el caso de la deuda pública, la seriedad que Alemania siempre quiere imprimir tiene raíces en el protestantismo, que se reforzaron durante la dura experiencia económica de la República de Weimar (1918-1933), cuyo fracaso les llevaría al III Reich.

España debe tomar la sentencia alemana, que en realidad no va a afectar a la política monetaria del BCE, como un aviso de los que respaldan la deuda europea. Nos recuerda que debemos ser prudentes en la gestión pública porque Europa no nos va a regalar dinero. Nos dará liquidez y plazo, pero habrá que devolver lo que pidamos. De ahí, la importancia de abordar con rigor, entre otros, los ejemplos ya comentados: ahorrar gastos redundantes, como las estructuras provinciales (05/05), o no estropear una buena idea, como la renta mínima, usándola indirectamente para proteger la economía informal (20/04) , la de los que viven sin pagar impuestos y seguros sociales y que aquí es demasiado grande.

Es urgente poner orden en nuestras cuentas públicas. El capítulo principal de esa asignatura es no gastar más de lo imprescindible, que ahora es mucho, y prescindir de lo innecesario, que es abundante, pero de lo que nuestros políticos no gustan hablar. Así conseguiríamos sin problemas la luz verde al apoyo europeo que tanto necesitamos los países del sur católico a los que, desde el norte protestante, nos miran con desconfianza. Algo de razón tienen para no fiarse mucho de nosotros.

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1 comentario

  1. La conocida parábola del hijo pródigo nos muestra tres «posturas» distintas, pero perfectamente comprensibles, ante un problema. Trato de llamar la atención sobre la misma en busca de algunas analogías.
    Uno decide ir por libre y, fruto, entre otras posibles circunstancias, de su insensatez, padece las duras previsibles consecuencias, mientras el otro se afana en el buen orden de la vida y hacienda familiar. El padre de ambos se duele de la liberalidad de uno pero espera y desea su vuelva a casa, aunque ésto solo sucede cuando el pródigo padece las previsibles calamidades de su mala cabeza. Llega contrito, lo que contribuye a la generosa acogida que le dispensa. Tanta, que el hermano más riguroso y diligente, se duele y queja amargamente del agravio comparativo.
    La narración simbólica nos pone ante una no sencilla disyuntiva que no se daría si el prófugo llegase altanero, sin ánimo reparador y de asumir las pautas de comportimiento familiares. El hermano renuente lo sería más y al padre le resultaría difícil, si no imposible, volver a uno y otro a la unidad familiar.
    Creo que, una vez más, que el pasaje evangélico del que me valgo bien podría servir de referencia, no «sensu stricto», para reflexionar sobre el papel que cada una de las partes debería de asumir en el caso que nos ocupa, entre otros…
    Las parábolas son parábolas y la realidad es como es y no como nos gustaría que fuese.

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