Hoy es el Día das Letras Galegas, la fecha en que los gallegos conmemoramos la manifestación literaria de nuestro idioma. Este año, la persona elegida para dedicarle la jornada es Ricardo Carvalho Calero (1910-1990). No voy a extenderme sobre la figura de un hombre (nacido Carballo) serio, exigente e independiente de criterio, con una vida intensa como autor literario, profesor e investigador del idioma. Estos días se escribe mucho sobre él en Galicia. Fue militante galleguista, combatiente republicano, preso y represaliado del franquismo y primer catedrático de lengua y literatura gallega de la Universidad.

Este blog, como hacía ayer en un plano general, gusta de observar los problemas que crean las fronteras. Por eso, en el día de su homenaje, me interesa destacar de Carvalho que, después de ser el autor de la primera gramática rigurosa del gallego y de una gran historia de nuestra literatura, su coherencia intelectual le llevó a defender la reintegración del gallego con el portugués. Propuso derribar una frontera que es en gran medida artificial, aunque, como persona abierta e integradora, admitía que podrían coexistir varias formas de realizar esa tarea. Su bien argumentada toma de posición le ganó el rechazo del sector más oficialista del gallego, lo que explica que se haya tardado demasiado tiempo en dedicarle este homenaje que merecía desde hace años.

Las diferencias que los siglos de separación han creado entre el gallego y el portugués, originariamente el mismo idioma, justifican lecturas profesionales distintas de las del profesor Carvalho. Pero los que hemos trabajado en Portugal o hemos viajado a Brasil o a Cabo Verde hemos podido comprobar que hablamos el mismo idioma. Como los que hablan español en Madrid y en Méjico, aunque a veces les cueste entenderse. Esa proximidad es real, lo lógico sería acercar los idiomas, como quería Carvalho Calero, en lugar de separarlos.

Hay dos estructuras que permiten agrupar, a los efectos de este comentario, a los opositores a esa convergencia. Una es muy grande, básicamente el Estado español, que vería con horror que un idioma minoritario se convirtiera en parte de un gran sistema lingüístico internacional y en lengua oficial de la UE. Eso reforzaría mucho la capacidad de Galicia para competir en mercados exteriores, como viene haciendo desde que la entrada en la UE eliminó esa artificial frontera sur de la foto que preside el artículo y empezó a crecer más que la media de España. Los monolingües en castellano defienden sus intereses y para ello cuentan con el apoyo de parte de las clases dirigentes urbanas de aquí, muy influidas por su visión.

La otra estructura es interna. La integran, con el apoyo de la Xunta, personas que tienen una profesión basada en la existencia de un idioma diferente que demanda instituciones y profesores propios y también editoriales y otros elementos de la producción cultural. Aunque actúen de buena fe, es difícil que esa circunstancia no les condicione algo.

Resulta una curiosa coincidencia que este debate sobre afinidades lingüísticas se esté reproduciendo en las comarcas occidentales de Asturias donde se habla gallego desde que surgió este idioma. Los poderes fácticos actúan de forma similar, es como una copia de laboratorio de lo que pasa aquí. Han aprovechado las diferencias comarcales, que cualquier lengua tiene, para construirse una propia. Un juguete al que llaman eonaviano, porque se habla entre los ríos Eo y Navia. Un idioma con sus estudiosos y profesores y el apoyo del gobierno del Principado. Está pasándonos en Madrid, en Santiago y en Oviedo, porque, como es lógico, a los políticos les encantan los límites territoriales que definen sus competencias.

El viejo idioma gallego, devenido portugués en el país vecino, ahora también es eonaviano. Es difícil que sobreviva a tantos nombres, la división marginaliza y mata las lenguas (1). Como la nuestra, aunque es hablada por 250 millones de personas en el mundo. A pesar del esfuerzo de Ricardo Carvalho Calero, que hoy celebramos y agradecemos, un enorme activo cultural y económico corre peligro de irse evaporando de los lugares donde se originó, al depender de grupos que miran demasiado por lo suyo. Como todos los que refuerzan fronteras. 

(1) A propósito de ello, recomiendo leer O voo do flamengo, artículo de Ricardo Carvalho Calero publicado en La Voz de Galicia el 16 de agosto de 1981.

Únete a la conversación

2 comentarios

Dejar un comentario

Responder a Mario López Rico Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *