En España no se puede ser centralista y situarse en el centro político, lo he escrito antes y las circunstancias parecen confirmarlo. El centralismo es derecha, razón existencial de Madrid, base de su especial y creciente sentimiento nacionalista que mezcla lo local con lo español. El reciente voto en las elecciones autonómicas puede ser la puntilla para Ciudadanos, el partido que lidera Inés Arrimadas. Ya hubo un precedente en esa línea, Rosa Díez y su Unión Progreso y Democracia.

El primer intento de centrismo centralista -suena a redundancia pero aquí resulta una contradicción- procedía de Euskadi y surgió del rechazo al terrorismo de ETA; contaba con el apoyo de intelectuales tan destacados como Fernando Sabater. Las emociones se tradujeron en resentimiento insuperable hacia cualquier forma de soberanismo y bloquearon su capacidad de entenderse con algunos.

Ciudadanos fue un sucesor con más éxito, pues ha llegado a contar con 40 diputados en el Congreso, frente a un máximo de 5 en el caso de UPyD. Vienen de Cataluña, lo que quizá explica su mayor proyección, pues el nacionalismo catalán, que ha cometido excesos evidentes, es un desafío más directo que el vasco al orden institucional. Dirigido inicialmente por Albert Ribera, también incorpora un rechazo visceral al soberanismo periférico, un reto complicado de asimilar pero que no se va a evitar con tratamientos sencillos. En las elecciones catalanas del pasado 14/F, perdió 30 de los 36 diputados que tenía, un adelanto de la debacle que se acaba de producir en Madrid.

Las soluciones simples son más fáciles de vender que de aplicar en un Estado de derecho. El rechazo a determinados partidos, que incluso pueden tener bases ideológicas similares (centro-derecha), acaba arrastrando a estas formaciones hacia terrenos donde habita la derecha dura, muy unitaria/uniformista y, si hace falta, uniformada.

Siempre que tuvo la oportunidad de hacerlo, Cs eligió aliarse con PP y Vox, en lugar de andar por el medio, ora hacia un lado, ora hacia el otro. Tienen alergia a planteamientos federales o confederales que hubieran tenido que soportar de otros socios agrupados en torno al PSOE. Su regeneración parece difícil ahora que está en alza el populismo de derechas en el centro sur, un movimiento al que le es más fácil difundir ideas elementales sobre el Estado, resultado de mezclar el viejo españolismo con ideas jacobinas. Intenta tapar así una realidad diversa que siempre se ha puesto de manifiesto en los períodos democráticos que hemos disfrutado.

El refuerzo del nacionalismo de Estado está en alza en muchos lugares. Busca ideas de patria fáciles de manejar por los que mandan y de vender a los que obedecen. La diversidad, especialmente la cultural y/o étnica, es incómoda y la combaten. Se desconfía de extranjeros y diferentes, y se tiende a reforzar fronteras. Es una reacción defensiva, ante las debilidades que muestran las soluciones institucionales disponibles por la mayor dimensión e interconexión de la Humanidad, como he expuesto en otras entradas y en el propio libro. Donde prevalece la democracia se van gestionando estos problemas sin violencia ni atentados graves a derechos básicos. Es más dramático lo que ocurre donde las libertades tienen poco arraigo.

Las tensiones políticas en España van en aumento y olvidan muchos temas que preocupan a los ciudadanos. También son consecuencia de una dinámica social que desconfía de la apertura exterior y la descentralización interior. El populismo de derecha, cada vez más desinhibido, maneja bien los temores a la llegada de gente que huye de la pobreza y a la disminución del aparato central del Estado, especialmente donde se concentra el grueso de ese aparato.

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1 comentario

  1. Desde el advenimiento de la democracia se alternaron en España gobiernos que, simplificando, podríamos definir como de derechas e izquierdas, varios de ellos respaldados por mayorías absolutas y otros contando con apoyo de fuerzas nacionalistas/independentistas. Fueron, por cierto, los de izquierdas quienes detentaron el poder durante más tiempo.
    Durante estos más de 40 años, el desarrollo del Estado autonómico, uno de los más descentralizados de Europa y no se si del mundo, no mudó sustancialmente por iniciativa de dichos gobiernos (unos y otros) si no bajo constantes presiones «periféricas», aceptadas como peaje para lograr su permanencia y/o continuidad, llevando así la almoneda hasta limites en muchos casos inaceptables.
    Si lo dicho es así, y lo es, ¿como es posible atribuir el supuesto «vicio» centralista a los partidos, digamos, de centro/centro derecha, vinculando por tanto las «virtudes» descentralizadoras de lo ya descentralizado a la izquierda?. ¿Forman, también, parte de esa izquierda todos los partidos nacionalistas que durante los últimos 40 años son o han sido?. Y, en otro orden de cosas, ¿los recurrentes episodios de desorden, odio, vandalismo y violencia que en España hemos padecido y aún no hemos dejado de sufrir, son protagonizados por quienes en la entrada objeto de comentario se califican de «derecha dura… y, si hace falta uniformada» o, contrariamente, por otros que la practican sistemáticamente al «patriótico» servicio de intereses espurios?.

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