Se está escribiendo mucho, como es lógico, sobre las elecciones del domingo en Cataluña. Me interesan las tendencias de base y la organización institucional de nuestra democracia, que se están viendo sacudidas por lo que allí ocurre. Como resumen, en las elecciones vencieron dos tendencias: la izquierda y el independentismo. Sumando los parlamentarios de cualquiera de estas dos líneas estructurales se podría formar un gobierno con mayoría.

Lo que ocurre es que Cataluña está sufriendo un proceso de radicalización, desde que se hundió el liderazgo político de la CIU de Jordi Pujol, en medio de fuertes escándalos de corrupción. De su seno surgieron políticos poco sensatos: Mas, Puigdemont y Torra. Como consecuencia, esa “comunidad histórica”, con gran peso de la clase media, ha perdido empuje económico y los restos de la CIU, el principal ahora es el PdCat, han pagado su radicalismo, cediendo el liderazgo nacionalista a ERC, un partido de centro izquierda.

La otra pata de la tensión la pone la derecha centralista, tan defensora de la unidad simple, como lo son de la independencia a cualquier precio los líderes aludidos antes . Cuentan poco en Cataluña, pero sí en los tribunales y los utilizan para tumbar un estatuto aprobado en el Senado y apoyado con claridad en referéndum (2006, 74% de los votos) o para aprovechar excesos no violentos y meter políticos en la cárcel. Radicalizan la vida política catalana desde las instituciones centrales, la magistratura tiene tendencia jacobina apoyada en una Constitución con muchos espacios de protección para esa visión de España. La tensión permanente les hace perder peso electoral.

Ciudadanos está siendo arrastrado por su centralismo.  Arrimadas sigue la línea de Albert Rivera, pero no parece que tenga la decisión que demostró éste para irse ante un fracaso. Sigue valiendo lo que le dije al anterior líder en el titular de la entrada del 11/11/19: “Deberían haberle explicado a Albert Rivera que, en España, no se puede ser de centro y centralista”. Precisaba allí que ser de centro implica poder negociar con cualquiera y ellos prefieren ir de la mano de la derecha estatal, creadora de tensiones ante cualquier proyecto que retire competencias del centro.

Eso ha obligado a Cs a devolver votos al PSC que les había prestado mucha de su base electoral, cuando empezaban y era creíble su línea moderada. El PSC, en teoría un partido independiente federado al PSOE (herencia de la transición, cuando Felipe y Guerra tuvieron que hacer de tripas corazón para ofrecer esta alternativa y dinamitar la potente Federación de Partidos Socialistas que les hacía mucha sombra, especialmente en Cataluña), resulta más pragmático y flexible para lidiar con excesos y adaptarse a las diversas maneras de ver España que conviven en el país.

El PP, aún bajo la tutela de J.M. Aznar, es prisionero del mismo dilema que agobia Cs, con gran protagonismo de sus dirigentes madrileños, que tampoco parecen dispuestos a irse a pesar de reiterados fracasos. Enfrentado a viejos problemas de corrupción y a nuevas tensiones políticas y sanitarias va perdiendo energías en gran parte del territorio, dispersando sus mensajes (entrada del pasado día 8:Deben quedarse con un sólo PP, aunque no les guste. Hay demasiados”) y cediendo espacio a Vox. La ultraderecha surge incontaminada de pasados corruptos y los más puros defensores de la vieja España, muy unida y muy cristiana, los prefieren; no les gustan las ambigüedades.

Tanto en el ámbito independentista como en el centralista, la radicalización de las derechas, dispuestas a excesos y afectadas por escándalos de corrupción, ha puesto las bases para que la izquierda gobierne España y tenga una influencia preponderante en Cataluña. También lo hemos dicho aquí antes: necesitan un plan B si desean ayudar a que la política se modere tanto en Madrid como en Barcelona.

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2 comentarios

  1. Estando de acuerdo contigo en la radicalizacion de las dos opciones derecha e izquierda cada vez más irracionales e intransigentes, me permito significarte un dato importante: El de participación. El Estatut del 2006 aprobado en Referéndum por un 73,8% fue votado únicamente por un 48,85%
    En estas elecciones del 2021 lo han hecho un 53,6% del censo, la participación más baja de todas las elecciones en Cataluña.
    Ese fanatismo del independentismo los hace votar con mucho más interés y compromiso que los que no lo son,
    Por otro lado la polarización del no independentismo en la opción Socialista da como resultado la apariencia de que Cataluña es de izquierdas, lo que en mi opinión es falso y explica además la aparición de Vox con fuerza. Me gustará oírte al respecto

    1. Me remito a los datos del porcentaje de aprobación del Estatut. En democracia es suficiente. Interpretar a los que se abstienen es un ejercicio inútil, «quien calla, otorga».
      También fue aprobado por el Parlament y las Cortes de Madrid

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