Hace unos días, la ONU nos advertía que es necesario aplicar medidas urgentes para frenar el proceso de calentamiento de la atmósfera. No estamos recortando el empleo de combustibles fósiles y se acorta el tiempo para conseguir el principal objetivo del Acuerdo de París de 2015: que la temperatura de la atmósfera no ascienda más de 2 grados sobre los niveles preindustriales. Según el informe de los expertos, el plazo para actuar y poder alcanzar esa meta termina en 2025, pasado mañana.

La ventana para reducir emisiones de gases efecto invernadero se estrecha y aún queda mucho por hacer en el transporte y demasiados países en vías de desarrollo quieren aumentar, por ejemplo, el uso del aire acondicionado que consume mucha energía y también se va a extender en zonas templadas, empujado hacia el norte por el propio calentamiento atmosférico. No parece posible realizar todo el esfuerzo en producción de energías renovables que hace falta por lo que, aunque no nos haga gracia, se hará inevitable seguir recurriendo a la energía nuclear, incluso acometiendo nuevas inversiones como prevén franceses y británicos.  

Las decisiones colectivas y los procesos de colaboración entre los pueblos, que son imprescindibles para frenar el deterioro del planeta, se van a ver dificultados por el alza de los sentimientos nacionalistas. En épocas de incertidumbre, mucha gente, especialmente en los segmentos menos cultos de la sociedad, necesita sentir la proximidad de su estado nación, que transmite una seguridad instintiva de tribu compacta. Aumentan los mensajes populistas, que echan la culpa de todos los problemas a los extranjeros, a la globalización.

Europa, tras la salida del Reino Desunido arrastrado por una Inglaterra que añora sus tiempos imperiales, debe enfrentarse a otros restos de imperios que quieren revivir por su zona este. Algunos amigos de Vladimir Putin, el sátrapa que alimenta tradiciones de los tiempos más oscuros de la Rusia zarista y estalinista, encuentran soporte popular, en muchos casos apoyándose en la censura y persiguiendo a medios y periodistas independientes. Acaban de ser reelegidos dirigentes populistas, muy manipuladores, en Hungría y Serbia. Más allá de la fraternidad ex comunista que le une a sus vecinos con vocación autoritaria, Putin pertenece también a la secta de totalitarios petroleros, sostenidos por los réditos de la mercancía que amenaza la vida sobre el planeta. Por eso se entiende bien con jeques árabes, ayatolas iraníes o caudillos latinos como Maduro.  

El calentamiento nacionalista perjudica la situación de la democracia y dificulta la coordinación internacional que necesitamos para resolver graves problemas colectivos. Puro atraso, que se lleva al extremo cuando se recurre a la agresión militar para anexionar territorios, acompañada de crímenes contra la población civil. La guerra es el calentamiento total, refuerza la exaltación patriótica y es un gravísimo atentado ecológico por lo que destruye, lo que contamina y el derroche de energía fósil para mover blindados, camiones, barcos, aviones y helicópteros.

Lo que está ocurriendo debería hacernos reflexionar. Pero me temo que nos arrastre a perversiones como aumentar el gasto militar, en un momento en que los Estados necesitan más recursos para atender necesidades de sus ciudadanos, o centrar la protección común en la OTAN en lugar de buscar una solución europea. Son tiempos peligrosos para la especie humana, la reducción del consumo de productos petrolíferos se hace muy urgente para frenar el calentamiento total en los dos frentes, el ecológico y el social que también se alimenta de su uso.

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1 comentario

  1. La célebre frase “es la economía, estúpido”, que hizo furor durante la campaña electoral que llevó a Bill Clinton a la presidencia de EEUU en el ya lejano 1992 y que posteriormente fue muy usada para resaltar distintos problemas considerados esenciales, es perfectamente aplicable al inherente a la energía que aquí y ahora se trata. Está en el origen de buena parte de los conflictos de distinta naturaleza a que el mundo se enfrenta, a algunos de los cuales se refiere la entrada objeto de comentario. No solo no se avanza en la reducción de gases de efecto invernadero si no que la tendencia es negativa y los objetivos se muestran inalcanzables, sin que las hoy llamadas energías renovables parezca puedan resolver por si mismas el grave reto al que se enfrenta el planeta. Ante tal evidencia, lo que nos “hace gracia” o deja de hacerla, parece más bien una broma de ecologistas que algo mínimamente serio y riguroso. La energía nuclear, hace tiempo que debería (digo yo) ser considerada como lo que es, la única posibilidad conocida de arrostrar el gravísimo riesgo cierto ante el que nos encontramos, frente a otros hipotéticos con muchos de los cuales ya convivimos guardando lo mejor posible el equilibrio entre beneficio/perjuicio. No digo yo nada nuevo. No son pocos los países que caminan por esa senda y que disfrutan ya, o lo harán, de todas las ventajas de la energía nuclear. Otros pagarán cara la falta de la misma sin que por ello obtengan salvaguarda de los improbables riesgos derivados de aquella.
    Por más vidas y lesiones que ocasionen, p.e., los accidentes de tráfico, es impensable podamos proponer la vuelta al burro como medio de locomoción. ¡ Es la energía, estúpidos ¡ .

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