Mi apoyo a esa protesta contra la miopía de los Estados que levantan barreras excesivas. Los alcaldes de los municipios que rodean la desembocadura del gran río gallego, plantados sobre “El puente de la amistad” entre Tomiño y Vila Nova da Cerveira, defienden las raíces que nos unen. En pocos lugares del continente está tan presente Europa. En el Baixo Minho se agrupan personas, empresas y villas que, en la práctica, casi no piensan si están en España o en Portugal. Hablan la misma lengua y saben que son parte de algo que les une desde tiempos muy anteriores a que construyéramos los Estados modernos con sus patrias, banderas y aparatos políticos.

La foto de los alcaldes, sobre un puente cerrado al tráfico, pasará desapercibida por los grandes medios, pero representa la base de políticos y ciudadanos que buscan la convivencia tranquila y la eficacia. Hay que escucharles, no hay derecho a que se mantengan todos los puentes cerrados salvo uno y se obligue a la gente a hacer 50 o 100 km diarios de más y perder horas para ir a su trabajo. Lo he denunciado aquí varias veces. Esa zona transfronteriza es un magnífico ejemplo de los beneficios de la UE, porque ha adquirido una gran dinámica desde que los Estados ribereños entraron en esta organización supranacional tras superar dictaduras y poner en valor la democracia y la libertad de comercio.

Ayer se dijo, desde el Gobierno, que se iban a levantar las fronteras terrestres el 22 de junio y luego rectificaron y volvieron al 1 de julio. Hagan su trabajo y, por favor, abran algún puente más. Si quieren ser útiles contra el coronavirus en esta esquina atlántica, lo que deben hacer s evitar que lleguen personas procedentes de otras partes de España que aún registran niveles apreciables de nuevos casos.

Lo expresó muy bien Manuel Lopes, el alcalde de Valença, que copreside la eurociudad con Tui: “Lisboa y Madrid parecen Gobiernos de niños pequeños”. Tiene sabiduría histórica y visión actual. Si queremos más Europa, necesitamos menos aparatos centrales.

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