Las venerables fronteras son consecuencia de la organización de la Humanidad en un conjunto de estados nación y uno de los elementos de reflexión de mi ensayo. Como el planeta nunca estuvo tan conectado y poblado, los límites se tensionan a pesar de su rigidez, reforzada por normas soberanas, funcionarios de aduanas e incluso barreras físicas para hacerlos difíciles de atravesar. Todos los días dan nuevos problemas.

En la portada de ese viejo mapa de carreteras que empleé en Irlanda, en 1965, para recorrer parte de la isla en bicicleta, la petrolera ESSO parecía no tener claro lo que era el United Kingdom. Quizá porque la frontera del interior de la isla de Irlanda, entre Eire y Ulster, es artificial. Un ejemplo de la tradición británica de separar poblaciones basándose en criterios religiosos. En ese contexto, la presión populista para abandonar Europa a toda costa y romper los lazos con ella llevaron a improvisar soluciones que ahora vemos que son difíciles de mantener.

El gobierno británico se ha aferrado a una sobredosis de soberanismo y se gasta un montón de dinero en reproducir internamente la administración europea. Es el caso de todo lo que afecta a la calidad de productos de alimentación y medicinas, cuando podrían haber seguido dentro de las normas comunitarias, que son razonables y ya cuentan con una estructura de verificación, imposición de indicaciones de consumo y supervisión. Una separación que, además del coste que tiene para ellos, añade complejidad a los controles de comercio exterior en los ahora son autónomos.

Esas prioridades nacionalistas han creado un conflicto en su frontera irlandesa: o la ponen entre las dos islas y dejan al Ulster dentro del mercado y normas europeas y fuera del de Gran Bretaña, lo que enfada a los unionistas que se sienten apartados de la madre patria, o la ponen dentro de la isla de Irlanda, rompiendo los acuerdos de salida y los que, a finales de los noventa, acabaron con la violencia terrorista.

En una entrada anterior abordaba el cambio que ha supuesto la llegada de Joe Biden a la presidencia de EEUU. También eso complica la libertad de maniobra que preveía Boris Johnson, de haber ganado Trump, para profundizar su Brexit en temas de comercio exterior. El Presidente del principal apoyo exterior del Reino Unido es de origen irlandés, considera la Unión Europea como un aliado estratégico y, aunque no lo diga, le gustará ayudar a la reunificación de la isla donde tiene raíces, un siglo después de la independencia del Eire.

Lo mismo empiezan a pensar cada vez más irlandeses del norte como se puede ver en el gráfico que reproduzco al final, tomado de The Economist. Refleja la creciente polarización del Ulster, desde que empezó la pelea del Brexit, por el crecimiento de los que están a favor de integrarse en la República de Irlanda (United Ireland). A este cambio de tendencia ha ayudado mucho que la parte históricamente más pobre de la isla, el sur, haya rebasado al norte en desarrollo y que, al mismo tiempo, se haya ido preparando para la unión, eliminando los aspectos de sesgo más católico que contenía su marco legal.

La situación evoluciona deprisa, no tiene soluciones fáciles y dispara la tensión y la violencia callejera. Ya no es sólo Escocia la que tiende a desunir el Reino Unido. Una primera víctima política del lío que se está montado es Arlen Foster, ministra principal de Irlanda del Norte y líder del Partido Democrático Unionista, que acaba de dimitir porque sus bases le achacan haberse fiado de Johnson, que luego les traicionó al aceptar una frontera comercial con Gran Bretaña.

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2 comentarios

  1. La integración en la U.E. de un imperio que mantuvo su hegemonía hasta un tiempo relativamente reciente y que se resiste, dentro de su aún innegable relevancia en la esfera internacional, a asumir los cambios que el devenir le ha impuesto, no resulta fácil. No lo es para otros países, pero las peculiaridades británicas son, además de lo ya dicho, ciertamente singulares. Quien a lo largo de siglos las impuso a terceros es renuente a plegarse a las de la Comunidad a la que pasó a formar parte, donde siente y no consiente diluir su vanidosa identidad. Así, siempre supuso su permanencia una arena en el zapato de la Unión y un freno en el deseable desarrollo de sus objetivos. Finalmente, un grave error de calculo dejó al albur de un referendum, siempre de incierto resultado, el futuro de los británicos y el de la propia U.E. A partir de ahí un recurrente «defendella y no enmendalla» terminó poniendo la guinda al esperpento. El populismo irredento de Boris Johnson no lleva camino de minimizar los graves «desperfectos» ya ocasionados, si no más bien de agrandarlos, acabando de desunir en su casa lo que ya se desunió fuera.
    Cabe esperar que la U.E. sepa hacer de la necesidad virtud y tratando de compensar el demérito de la amputación con las ventajas de dejar atrás los permanentes vetos y condicionantes del otrora Reino Unido, pueda remontar el vuelo y consolidar su proyecto.
    Tal vez, pasado un tiempo, la realidad de los hechos permita, de algún modo, desandar lo desandado y que lo antes unido no lo desuna permanentemente un mahadado referendum y unos dirigentes que no han sabido o podido estar a la altura.

    1. Buen comentario, estoy de acuerdo. Sólo matizar que, quizá, lo de desandar lo desandado se vaya haciendo por etapas: primero Escocia, luego Irlanda del Norte y, por fin el resto, si Londres, su versión de nacionalismo absorbente, no teme perder mucho de su protagonismo mundial.

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